|CAPITULO 24|

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¿Dónde está? ¿Qué es lo que le están haciendo?

— ¡Prim! ― Grito. ― ¡Prim! ― Sólo me responde otro grito agonizante. ¿Cómo llegó ella aquí? ¿Por qué es ella parte de los Juegos? ― ¡Prim!

Las viñas me cortan en la cara y en los brazos, las enredaderas me atrapan los pies. Pero estoy acercándome a ella. Más cerca. Ahora muy cerca. El sudor corre por mi rostro, escociéndome en las heridas en proceso de curación. Jadeo, intentando sacar algún uso del aire húmedo y cálido que parece vacío de oxígeno. Prim hace un sonido―un sonido tan perdido, irreparable―que ni siquiera puedo imaginar lo que le han hecho para evocarlo.

— ¡Prim! ―Me abro camino con las manos a través de una pared de vegetación hasta un pequeño claro, y el sonido se repite directamente encima de mí. ¿Encima de mí? Levanto la cabeza rápidamente. ¿La tienen arriba en los árboles? Busco desesperadamente entre las ramas pero no veo nada. ― ¿Prim? ― Digo suplicante. La oigo pero no puedo verla. Suena su siguiente quejido, claro como una campanilla, y no hay modo de confundir la fuente. Viene de la boca de un pequeño pájaro negro con cresta situado en una rama a unos tres metros sobre mi cabeza. Y entonces comprendo.

Es un charlajo.

Nunca he visto uno antes ―creía que ya no existían― y por un instante, mientras me apoyo contra el tronco del árbol, aferrando el flato de mi costado, lo examino. La mutación, el precursor, el padre. Evoco una imagen mental de un sinsonte, la fundo con la del charlajo, y sí, puedo ver como se aparearon para dar lugar a mi sinsajo. No hay nada en el pájaro que sugiera que es un muto. Nada excepto esos horribles sonidos vívidos de la voz de Prim saliendo de su boca. Lo silencio con una flecha en la garganta. El pájaro cae al suelo. Saco mi flecha y le retuerzo el cuello como precaución. Después lanzo la cosa repulsiva a la selva. Ni el hambre más feroz podría tentarme a comerlo.

No era real, me digo. Igual que las mutaciones de lobos el año pasado no eran de verdad los tributos muertos. Sólo es un truco sádico de los Vigilantes. Finnick llega corriendo al claro para encontrarme limpiando la flecha con algo de musgo.

— ¿Katniss?

— Está bien. Estoy bien. ― Digo, aunque no me siento bien en absoluto. ― Creí que había oído a mi hermana, pero . . . ― El agudísimo chillido me corta. Es otra voz, no la de Prim, tal vez la de una mujer joven. No la reconozco. Pero el efecto en Finnick es inmediato. El color desaparece de su rostro y puedo ver cómo sus pupilas se dilatan de terror. ― Finnick, ¡espera!— Digo, extendiendo hacia él la mano para reconfortarlo, pero ha salido disparado. En pos de la víctima, tan falto de sentido como cuando yo perseguí a Prim. ― ¡Finnick! ― Lo llamo, pero sé que no volverá para esperar a que le dé una explicación racional. Así que todo lo que puedo hacer es seguirlo.

No me cuesta ningún esfuerzo rastrearlo, incluso aunque se está moviendo muy rápido, porque deja atrás un camino claro y pisoteado. Pero el pájaro está por lo menos a medio kilómetro de distancia, la mayor parte del camino cuesta arriba, y para cuando lo alcanzo, me falta el aliento. Está dando vueltas alrededor de un árbol gigante. El tronco debe de tener un diámetro de un metro y veinte, y las ramas ni siquiera empiezan hasta los seis metros de altura. Los chillidos de la mujer salen de algún punto entre el follaje, pero el charlajo está escondido. Finnick también está gritando, una y otra vez.

— ¡Annie, Annie! ― Está en estado de pánico y completamente inalcanzable, así que hago lo que haría en cualquier caso. Escalo al árbol adyacente, localizo el charlajo, y lo elimino con una flecha. Cae derecho al suelo, aterrizando justo a los pies de Finnick. Él lo coge, haciendo la conexión lentamente, pero cuando me deslizo tronco abajo para reunirme con él, parece más desesperado que nunca.

LIBROS PARTE 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora