32. La Varita de Saúco

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Si el mundo había terminado, ¿por qué no cesaba la batalla? ¿Por qué el castillo no quedaba sumido en ese silencio que impone el horror y por qué los combatientes no abandonaban las armas? La mente de Harry había entrado en caída libre, semejante a un torbellino descontrolado, incapaz de entender lo imposible, porque Fred Weasley no podía estar muerto, las pruebas que le evidenciaban todos sus sentidos debían de ser falsas...

Vieron caer un cuerpo por el boquete abierto en la fachada del colegio, por donde entraban las maldiciones que les lanzaban desde los oscuros jardines.

—¡Agachaos! —ordenó Harry bajo una lluvia de maldiciones que se estrellaban contra la pared a sus espaldas.

Ron y él habían agarrado a Hermione y la habían obligado a echarse en el suelo, pero Percy estaba tumbado sobre el cadáver de Fred, protegiéndolo de nuevos ataques, y cuando Harry le gritó: «¡Vamos, Percy, tenemos que movernos!», el chico se negó.

—¡Percy! —Harry vio cómo las lágrimas surcaban la mugre que cubría la cara de Ron cuando éste cogió a su hermano por los hombros y tiró de él, pero Percy se negaba a moverse—. ¡No puedes hacer nada por él! Nos van a...

En ese momento Hermione soltó un chillido. Harry no tuvo que preguntar por qué: una monstruosa araña del tamaño de un coche pequeño intentaba colarse por el enorme boquete de la pared; un descendiente de Aragog se había unido a la lucha.

Ron y Harry lanzaron a la vez sus hechizos, que colisionaron, y el monstruo salió despedido hacia atrás, agitando las patas de forma repugnante antes de perderse en la oscuridad.

—¡Ha venido con sus amigos! —informó Harry a los demás. Asomado al boquete que las maldiciones habían abierto en el muro, observaba cómo otras arañas gigantes trepaban por la fachada del edificio, liberadas del Bosque Prohibido, donde debían de haber penetrado los mortífagos.

El muchacho les lanzó hechizos aturdidores y provocó la caída de la que venía en cabeza encima de las demás, de modo que todas rodaron edificio abajo y se perdieron de vista. Las maldiciones continuaban pasándole tan cerca de la cabeza que le levantaban el cabello.

—¡Larguémonos ya! —urgió.

Empujó a Hermione hacia Ron y se agachó para coger a Fred por las axilas. Percy, al percatarse de lo que Harry intentaba hacer, dejó de aferrarse al cadáver de su hermano y lo ayudó; juntos, agachados para esquivar los hechizos que les arrojaban desde el exterior, sacaron a Fred de allí.

—Mira, ahí mismo —indicó Harry, y lo pusieron en un nicho desocupado por una armadura.

No soportaba ver a Fred ni un segundo más de lo necesario, y tras asegurarse de que el cadáver estaba bien escondido, salió corriendo detrás de Ron y Hermione. Malfoy y Goyle se habían esfumado, pero al final del pasillo, repleto de polvo, fragmentos de yeso y piedra y cristales rotos, había un montón de gente; unos avanzaban y otros retrocedían, aunque Harry no pudo distinguir si eran amigos o enemigos. Al llegar a un recodo, Percy soltó un rugido atronador diciendo «¡¡Rookwood!!», y fue tras un individuo alto que perseguía a un par de estudiantes.

—¡Aquí, Harry! —chilló Hermione.

Ella se hallaba detrás de un tapiz sujetando a Ron. Parecía que estuvieran forcejeando, y al principio Harry tuvo la descabellada impresión de que volvían a besarse, pero enseguida vio que Hermione intentaba retenerlo para que no se marchara corriendo detrás de Percy.

—¡Escúchame! ¡Escúchame, Ron!

—¡Quiero ayudar! ¡Quiero matar mortífagos!

El chico tenía la cara desencajada, manchada de polvo y humo, y temblaba de rabia y dolor.

LIBROS PARTE 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora