|CAPITULO 11:POCOS SON ÁNGELES|

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Todos somos hombres,
por naturaleza, frágiles y capaces
de nuestra carne; pocos son ángeles.
SHAKESPEARE, Enrique VIII


Tessa gritó.

No fue el suyo un grito humano, sino un grito de vampiro. Casi ni reconoció el sonido que surgió de su propia garganta; le recordó el sonido del cristal al romperse. Sólo después se daría cuenta de que estaba gritando palabras. Habría pensado que gritaría el nombre de su hermano, pero no fue así.

—¡Will! —gritaba—. ¡Will, ahora! ¡Hazlo ya!

Un murmullo de asombro recorrió la sala. Docenas de pálidos rostros se volvieron hacia Tessa. Sus gritos habían roto el embrujo de la sangre. De Quincey permaneció inmóvil en el escenario; incluso Nathaniel la estaba mirando, aturdido y pasmado, como si se preguntara si los gritos de ella eran un sueño nacido de su propia agonía.

Will, con el dedo en el botón del Fosfor, vacilaba. Su mirada se encontró con la de Tessa. Fue sólo una fracción de segundo, pero De Quincey captó la mirada. Como si pudiera leerla, su expresión cambió y apuntó directamente a Will con la mano.

—¡El chico! —rugió—. ¡Detenedlo!

Will apartó los ojos de los de Tessa. Los vampiros y a estaban yendo hacia él, con los ojos incendiados de hambre y furia. Will miró más allá de ellos, a De Quincey, que había avanzado hasta el borde del escenario y lo miraba enfurecido. No había miedo en el rostro de Will cuando se encontró con la mirada del vampiro, ni vacilación, ni sorpresa.

—¡No soy un chico! —afirmó—. ¡Soy nefilim! Y apretó el botón.

Tessa se preparó para la llamarada de blanca luz mágica. Pero en vez de eso se oyó el crepitar de las llamas de los candelabros al crecer hasta el techo.

Saltaron chispas; el suelo se cubrió de ardientes ascuas, que prendieron fuego a las cortinas, a las faldas de las mujeres. En un instante, la sala estuvo llena de nubes de humo negro y de gritos, agudos y horribles.

Tessa ya no podía ver a Will. Trató de correr hacia él, pero Magnus, al que había olvidado, la cogió con fuerza por la muñeca.

—Tessa, no —le dijo, y cuando ella respondió tirando con más fuerza, añadió—: ¡Tessa! ¡Ahora eres un vampiro! Si te alcanza el fuego, arderás como las astillas de madera...

Como para demostrar su afirmación, una brasa perdida cayó en ese momento sobre la peluca blanca de lady Delilah. Al instante una llama prendió.

Entre gritos, trató de librarse de ella, pero en cuanto sus manos entraron en contacto con el fuego, también comenzaron a arder, como si fueran de papel en vez de piel. En menos de un segundo, sus brazos ardían como antorchas.

Aullando, corrió hacia la puerta, pero el fuego fue más rápido que ella. En un momento, una hoguera ardía donde ella había estado. Tessa vio la silueta de una criatura carbonizada que se agitaba gritando desde su interior.

—¿Ves lo que quiero decir? —le dijo Magnus a Tessa al oído, tratando de hacerse oír en medio de los alaridos de los vampiros, que iban de un lado a otro intentando evitar las llamas.

—¡Suéltame! —chilló Tessa. De Quincey había saltado al tumulto; Nathaniel estaba solo en el escenario, tirado sobre la silla, inconsciente al parecer, sujetado tan sólo por los grilletes—. Mi hermano está ahí arriba. ¡Mi hermano!

Magnus la miró. Aprovechando su confusión, Tessa se soltó del brazo y comenzó a correr hacia el escenario. La sala era un caos: los vampiros corrían de un lado a otro, muchos de ellos trataban de huir en estampía hacia la puerta. Los que la alcanzaban se empujaban unos a otros para salir de allí cuanto antes; otros habían dado media vuelta y se dirigían a los ventanales que daban al jardín.

LIBROS PARTE 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora