|CAPITULO 03: EL INSTITUTO|

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Amor, esperanza, miedo, fe; eso conforma la humanidad;
Ésas son sus señales, su tono y su carácter.

ROBERT BROWNING, Paracelsus

En el sueño, Tessa volvía a y acer atada en la estrecha cama de latón de la Casa Oscura. Las hermanas se inclinaban sobre ella, chasqueando dos pares de largas agujas de tejer y riendo en un hiriente tono agudo. Mientras Tessa miraba, el rostro les cambiaba, los ojos se les hundían en
la cabeza, el cabello se les caía y les aparecían puntadas que les cosían los labios. Tessa chilló sin voz, pero ellas no parecieron oírla.

Entonces, las hermanas se desvanecieron del todo, y apareció la tía Harriet, sobre Tessa, con el rostro enrojecido de fiebre, como lo había tenido durante la terrible enfermedad que había acabado con ella. Miraba a Tessa con una gran tristeza.

—Lo intenté —decía—. Intenté quererte. Pero no es fácil querer a una niña que no es humana en absoluto...

—¿No es humana? —preguntaba una voz femenina desconocida—. Bueno, si no es humana, Enoch, entonces, ¿qué es? —La voz era seca de impaciencia—. ¿Qué quieres decir con que no lo sabes? Todo el mundo es algo. No puede ser que esta chica no sea nada...

Tessa se despertó con un grito, abrió los ojos de golpe y se encontró mirando las sombras. Una espesa oscuridad la rodeaba. En medio de su pánico, captó un casi inaudible murmullo de voces, y se sentó en la cama, peleándose y apartando las mantas y la almohada a patadas. De una forma vaga, notó que la manta era gruesa y pesada, no el delgado cobertor trenzado de la Casa Oscura.

Estaba en la cama, como en el sueño, en una gran sala de piedra, y casi no había luz. Oyó el jadeo de su propia respiración cuando se volvió, y un grito se le abrió camino por la garganta. El rostro de su pesadilla flotaba en la oscuridad ante ella: un rostro como una gran luna blanca, con el cráneo afeitado, suave como el mármol. Donde deberían estar los ojos, sólo había unas hendiduras en la piel; no como si se los hubieran arrancado, sino como si nunca hubieran llegado a crecer. Los labios estaban cruzados por una gruesa costura; la cara marcada con
dibujos negros como los de la piel de Will, aunque ésos parecían haber sido grabados con cuchillos.

Tessa gritó de nuevo y se arrastró hacia atrás, hasta caer de la cama. Se golpeó con el frío suelo de piedra, y la tela del camisón que llevaba (blanco y desconocido; alguien debía de habérselo puesto mientras ella se hallaba inconsciente) se rasgó por el dobladillo cuando ella consiguió ponerse de rodillas.

—Señorita Gray. —Alguien la estaba llamando por su nombre, pero en medio del pánico, Tessa sólo se fijó en que era una voz desconocida. El que hablaba no era el monstruo que la miraba de pie junto a la cama; éste no se había movido, y aunque no mostraba ninguna indicación de tener intención de perseguirla, Tessa comenzó a retroceder, con cautela, palpando a su espalda en busca de una puerta. La luz en la sala era tan tenue que Tessa sólo pudo ver que era un óvalo
irregular de paredes y suelo de piedra. El techo estaba tan alto como para quedar entre las sombras, y había unas altas ventanas en la pared opuesta, el tipo de ventanas de arco propias de una iglesia. Por ellas se filtraba muy poca luz; parecía que el cielo estaba oscuro.

—Theresa Gray ...

Tessa encontró la puerta, la manilla de metal; se volvió, la agarró agradecida y tiró. No pasó nada. Un gemido le subió por la garganta.

—¡Señorita Gray ! —repitió la voz, y de repente la luz inundó la habitación; una luz dura, de color blanco plateado, que Tessa reconoció—. Señorita Gray, lo lamento. No era nuestra intención asustarla. —Era la voz de una mujer; aún desconocida, pero joven y preocupada—. Por favor, señorita Gray.

LIBROS PARTE 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora