|CAPITULO 20:TERRIBLE MARAVILLA|

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Y sin embargo, cada hombre mata lo que ama.
Que todos oigan esto,
unos lo hacen con una mirada torva,
otros con la palabra halagadora;
el cobarde lo hace con un beso,
con la espada el valiente.
OSCAR WILDE, La balada de la cárcel de Reading


Las Marcas que indicaban el luto eran rojas para los cazadores de sombras.

El color de la muerte era el blanco.

Tessa no lo sabía, no lo había leído en el Códice, así que le sorprendió ver a los cinco cazadores de sombras del Instituto salir en el carruaje vestidos de blanco como para una boda, mientras ella y Sophie miraban por las ventanas de la biblioteca. Varios de los miembros del Enclave habían muerto limpiando la guarida de vampiros de De Quincey. En principio, el funeral era por ellos, aunque también enterraban a Thomas y a Agatha. Charlotte le había explicado que, por lo general, a los funerales de los nefilim sólo asistían nefilim, pero que se podía hacer una excepción con aquellos que habían muerto sirviendo a la Clave.

Pero a Sophie y a Tessa les habían prohibido asistir. La ceremonia aún era exclusivamente para ellos. Sophie le había dicho a Tessa que era mejor así, que no quería ver cómo incineraban a Thomas y esparcían sus cenizas por la Ciudad Silenciosa.

—Prefiero recordarlo como era —había dicho—, y también a Agatha. —Y luego apretó los labios y no dijo nada más.

El Enclave había dejado una guardia detrás, varios cazadores de sombras que se habían ofrecido voluntarios para quedarse y proteger el Instituto. Tessa pensó que transcurriría mucho tiempo antes de que volvieran a dejarlo sin vigilancia.

Tessa había pasado el rato desde que habían salido leyendo en el receso de la ventana; nada de nefilim, demonios o subterráneos, sino una copia de Historia de dos ciudades que había encontrado en el estante donde Charlotte guardaba sus libros de Dickens. Había tratado resueltamente de no pensar en Mortmain, en Thomas y en Agatha, en las cosas que Mortmain le había dicho en el Santuario, y sobre todo, de no pensar en Nathaniel o en dónde podía hallarse. Pensar en su hermano hacía que se le tensara el estómago y le picaran los ojos.

Tampoco era que sólo tuviera eso en la cabeza. Dos días antes, la habían obligado a comparecer ante la Clave en la biblioteca del Instituto. Un hombre al que los otros llamaban el Inquisidor le había preguntado por el espacio de tiempo que había pasado con Mortmain, una y otra vez, buscando cualquier cambio en el relato, hasta que ella acabó agotada. Le habían preguntado sobre el reloj que él había querido darle, y si sabía a quién había pertenecido. Ella no lo sabía, y como él se lo había llevado consigo al desaparecer, indicó ella, eso sería difícil de cambiar. También le habían preguntado a Will sobre lo que Mortmain le había dicho a él antes de desaparecer. Will había soportado el interrogatorio con hosca impaciencia; y lo que a nadie sorprendió, habían hecho que se retirara finalmente con una sanción, por grosería e insubordinación.

El Inquisidor había exigido incluso que Tessa se desnudara, para que le pudieran buscar marcas de bruja, pero Charlotte había descartado eso rápidamente. Cuando por fin habían permitido a Tessa que se marchara, ella había corrido por el pasillo tras Will, pero él ya se había ido. Habían transcurrido dos días desde entonces, y en ese tiempo, casi no lo había visto ni habían hablado
más allá de formales intercambios de palabras frente a los demás. Siempre que ella lo había mirado, él había apartado la mirada. Siempre que ella había salido de una sala, esperando que él la siguiera, él no lo había hecho. Había sido enloquecedor.

No podía evitar pensar si era la única que creía que algo significativo había pasado entre ellos en el suelo del Santuario. Había despertado de una oscuridad más profunda que cualquiera de las que hubiera experimentado antes durante un Cambio, y se había encontrado entre los brazos de Will, que la miraba con la expresión más clara de angustia que le había visto nunca en la cara. Y estaba segura de no haberse imaginado la manera en que Will había dicho su nombre, o cómo la había mirado.

LIBROS PARTE 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora