|EPILOGO|

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Se había hecho tarde, y a Magnus Bane se le caían los párpados de cansancio.

Dejó las Odas de Horacio sobre la mesita y miró pensativo a las ventanas que daban a la plaza, mojadas por la lluvia.

Era la casa de Camille, pero esa noche ella no estaba; a Magnus le parecía poco probable que regresara a casa hasta dentro de bastantes noches, si no más.

Había dejado la ciudad después de la desastrosa noche en casa de De Quincey, y aunque él le había enviado un mensaje diciéndole que ya no corría peligro si regresaba, dudaba de que lo hiciera. No podía evitar preguntarse si, una vez que había conseguido vengarse de su clan de vampiros, aún desearía su compañía.

Quizá él sólo había sido algo que tirarle a la cara a De Quincey.

Siempre podía marcharse; hacer las maletas e irse, dejar a su espalda todo ese lujo prestado. Esa casa, los criados, los libros, incluso su propia ropa, eran de ella; él había llegado a Londres sin nada. Tampoco era que Magnus no pudiera ganarse su propio dinero. Había sido bastante rico en el pasado, a veces, aunque tener mucho dinero solía aburrirlo. Pero quedarse allí, por muy molesto que fuera, seguía siendo la forma más probable de volver a ver a Camille.

Llamaron a la puerta y lo sacaron de sus pensamientos. Allí estaba Archer, el lacayo, en el umbral. Archer había sido el siervo de Camille durante muchos años, y despreciaba a Magnus, seguramente porque el lacayo consideraba que un affaire con un brujo no era la relación adecuada para su querida señora.

—Hay alguien que desea verle, señor. —Archer alargó la palabra « señor» justo lo suficiente para que resultara insultante.

—¿A estas horas? ¿Quién es?

—Uno de los nefilim. —Un ligero desprecio coloreaba las palabras de Archer—. Dice que tiene un asunto urgente que tratar con usted.

Así que no era Charlotte, la única nefilim de Londres a la que Magnus podía haberse esperado ver. Desde hacía varios días, estaba ay udando al Enclave, observando mientras ellos interrogaban a mundanos aterrorizados que habían sido miembros del Club Pandemónium, y luego empleando la magia para borrar de la memoria de los humanos esa mala experiencia ahora que todo había acabado.

Un trabajo desagradable, pero la Clave siempre pagaba bien, y era preferible no perder su favor.

—También está —añadió Archer, con un desprecio cada vez mayor— muy mojado.

—¿Mojado?

—Está lloviendo, señor, y el caballero no lleva sombrero. Me he ofrecido para secarle la ropa, pero ha declinado mi ofrecimiento.

—Muy bien. Hazlo pasar.

Archer apretó los labios.

—Le está esperando en el salón. He pensado que tal vez quisiera calentarse ante el fuego.

Magnus suspiró por dentro. Siempre podía ordenarle a Archer que hiciera pasar al visitante a la biblioteca, pero parecía demasiado esfuerzo para tan poca cosa, y además, si lo hacía, el lacayo estaría de morros durante tres días.

—Muy bien.

Satisfecho, Archer desapareció, y dejó que Magnus fuera solo al salón. La puerta estaba cerrada, pero por la luz que escapaba por debajo pudo ver que el fuego y la luz estaban encendidos. Abrió la puerta.

El salón había sido la estancia favorita de Camille y mostraba sus toques de decoración. Las paredes estaban pintadas de un suntuoso color borgoña; los muebles de palisandro habían sido importados de China. Las ventanas, por las que se hubiera visto la plaza, estaban cubiertas por unas cortinas de terciopelo que colgaban desde el techo hasta el suelo, bloqueando toda la luz. Alguien se hallaba ante la chimenea, con las manos a la espalda; una delgada figura con cabello negro. Cuando éste se volvió, Magnus lo reconoció de inmediato.

Will Herondale.

Como bien había dicho Archer, estaba mojado, como cuando a alguien no le importa si le cae la lluvia encima o no. Tenía la ropa empapada y el cabello le colgaba sobre los ojos. El agua le corría por la cara como lágrimas.

—William —lo saludó Magnus, sinceramente sorprendido—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Ha pasado algo en el Instituto?

—No. —La voz de Will sonaba como si él se estuviera ahogando—. Estoy aquí por mi cuenta. Necesito tu ayuda. No hay ... absolutamente nadie más a quien se la pueda pedir.

—De verdad. —Magnus contempló detenidamente al muchacho. Will era hermoso; Magnus había estado muchas veces enamorado a través de los años, y normalmente, la belleza de cualquier tipo le conmovía, pero la de Will nunca lo había hecho. Había algo oscuro en el chico, algo oculto y extraño que resultaba difícil de admirar. Parecía no mostrar al mundo nada real. Pero en ese momento, bajo el goteante cabello oscuro, estaba blanco como el papel y apretaba los puños con tanta fuerza que le temblaban. Era evidente que alguna terrible agitación lo estaba devorando desde dentro.

Magnus llevó la mano atrás y cerró la puerta del salón.

—Muy bien —dijo—. ¿Por qué no me explicas qué problema tienes?


LIBROS PARTE 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora