|CAPITULO 23|

0 0 0
                                    

A quien estaba llamando la mujer seguía siendo un misterio, porque después de buscar en el apartamento, nos encontramos con que estaba sola. Tal vez su grito era para un vecino cercano, o era simplemente una expresión de temor. En cualquier caso, no había nadie más que la escuchara.

Este apartamento sería un lugar con clase para refugiarse por un rato, pero eso es un lujo que no podemos permitirnos.

—¿Cuánto tiempo crees que tenemos antes de descubrir que algunos de nosotros podrían haber sobrevivido? —pregunto.

—Creo que podrían estar aquí en cualquier momento —responde Gale—. Ellos sabían que nos dirigíamos a las calles. Probablemente, la explosión los desconcierte por unos minutos, luego empezarán a buscar nuestro punto de salida.

Voy a una ventana que da a la calle, y cuando miro a través de las persianas, no estoy frente a los Agentes de la Paz sino frente a una multitud de gente llevando sus asuntos. Durante nuestro viaje bajo tierra, hemos dejado las zonas evacuadas y muy por detrás de la superficie una sección ocupada del Capitolio. Este grupo ofrece nuestra única oportunidad de escapar. No tengo un Holo, pero tengo a Cressida. Ella se une a mí en la ventana, confirmando que conoce nuestra ubicación, y me da las buenas noticias de que no está a muchas cuadras de la mansión presidencial.

Una mirada a mis compañeros me dice que este no es momento para un ataque furtivo a Snow. Gale sigue perdiendo sangre de la herida del cuello, que ni siquiera hemos limpiado. Peeta está sentado en un sofá de terciopelo con los dientes aprisionados sobre una almohada, ya sea luchando contra la locura o conteniendo un grito. Pollux llora frente a la repisa de una chimenea adornada.

Cressida permanece determinadamente a mi lado, pero está tan pálida que sus labios están sin sangre. Estoy corriendo por el odio. Cuando la energía pare de fluir, voy a estar sin valor.

—Vamos a revisar sus armarios —le digo.

En una habitación, encontramos cientos de trajes de mujer, abrigos, pares de zapatos, un arco iris de pelucas, maquillaje suficiente como para pintar una casa. En un dormitorio al otro lado del pasillo, hay una selección similar para los hombres. Tal vez pertenezcan a su marido. Tal vez a un amante que tuvo la suerte de estar fuera esta mañana.

Llamo a los otros a vestirse. Al ver las ensangrentadas muñecas de Peeta, busco en el bolsillo la llave de las esposas, pero él las sacude lejos de mí.

—No —dice—. No lo hagas. Ayudan a mantenernos juntos.

—Es posible que necesites las manos —dice Gale.

—Cuando me siento ir, tengo mis muñecas dentro de ellas, y el dolor me ayuda a concentrarme —dice Peeta. Le dejo tenerlas.

Afortunadamente, hace frío, así que podemos ocultar la mayor parte de los uniformes y las armas bajo capas y capas de ropa. Colgamos nuestras botas en el cuello por los cordones y las escodemos, tomando unos tontos zapatos para reemplazarlas. El verdadero desafío, por supuesto, es la cara. Cressida y Pollux corren el riesgo de ser reconocidos por conocidos, Gale podría resultar familiar por los propos y las noticias, y Peeta y yo somos conocidos por todos los
ciudadanos de Panem. Tenemos prisa por ayudarnos unos a otros aplicando gruesas capas de maquillaje, pelucas y poniéndonos gafas de sol. Cressida envuelve pañuelos sobre mi nariz y boca y las de Peeta.

Puedo sentir el tic-tac del reloj en la distancia, pero me detengo por tan sólo unos minutos para guardar en los bolsillos paquetes con alimentos y suministros de primeros auxilios.

—Permanezcan juntos —les digo en la puerta principal. Luego marchamos a la derecha en la calle. Los copos de nieve han comenzado a disminuir. La gente se agita como remolinos alrededor de nosotros, hablando de los rebeldes y el hambre y cómo me afectó el Capitolio. Cruzamos la calle, pasando unos pocos apartamentos más. Justo al doblar la esquina, tres docenas de Agentes de la Paz nos salen al paso. Salimos de su camino, al igual que hacen los verdaderos ciudadanos, esperamos hasta que la multitud vuelve a su flujo normal, y nos ponemos en movimiento—. Cressida —susurro—. ¿Puedes pensar en alguna parte?

LIBROS PARTE 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora