|CAPITULO 19|

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— Damas y caballeros, ¡que empiecen los Septuagésimo Quintos Juegos del Hambre!— La voz de Claudius Templesmith, el anunciante de los Juegos del Hambre, atruena en mis oídos. Tengo menos de un minuto para recomponerme. Después sonará el gong y los tributos serán libres de salir de sus plataformas metálicas. Pero ¿salir adónde? No puedo pensar con claridad. La imagen de Cinna, hecho polvo y ensangrentado, me consume. ¿Dónde está ahora? ¿Qué le están haciendo? ¿Torturándolo? ¿Matándolo?

¿Convirtiéndolo en un Avox? Obviamente su ataque fue orquestado para sacarme de mis casillas, al igual que lo fue la presencia de Darius en mis aposentos. Y sí me ha sacado de mis casillas. Todo lo que quiero hacer es derrumbarme sobre mi plataforma metálica. Pero no puedo hacer eso después de lo que acabo de presenciar. Tengo que ser fuerte. Se lo debo a Cinna, quien lo arriesgó todo atacando al Presidente Snow y convirtiendo mi seda nupcial en un plumaje de sinsajo. Y se lo debo a los rebeldes que, embravecidos por el ejemplo de Cinna, tal vez estén luchando para traer abajo al Capitolio en este mismo instante. Mi negativa a jugar los Juegos según las normas del Capitolio va a ser mi último acto de rebelión. Así que aprieto los dientes y me fuerzo a participar.

¿Dónde estás? Aún no consigo entender mi entorno. ¿Dónde estás? Me exijo una respuesta y lentamente el mundo se va enfocando. Agua azul. Cielo rosa. Un fulgurante sol blanco brillando con plena fuerza. Vale, ahí está la Cornucopia, el reluciente cuerno dorado, a unos cuarenta metros. Al principio, parece estar situada sobre una isla circular. Pero tras un examen más exhaustivo, veo las delgadas líneas de tierra radiando desde el círculo como los radios de una rueda. Pienso que hay unos diez o doce, y parecen equidistantes. Entre los radios todo lo que hay es agua. Agua y un par de tributos.

Eso es todo, entonces. Hay doce radios, cada uno con dos tributos balanceándose sobre plataformas metálicas entre ellos. El otro tributo en mi porción de agua es el viejo Woof del Distrito 8. Está casi tan lejos a mi derecha como la banda de tierra a mi izquierda. Más allá del agua, dondequiera que mires, hay una playa estrecha y luego vegetación densa. Le echo un vistazo al círculo de tributos, buscando a Peeta, pero debe de estar bloqueado por la Cornucopia.

Cojo un puñado de agua y la huelo. Después toco la punta de mi dedo húmedo contra mi lengua. Como sospechaba, es agua salada. Igual que las olas que Peeta y yo encontramos en nuestro breve tour a la playa del Distrito 4. Pero por lo menos parece limpia. No hay barcas, no hay cuerdas, ni siquiera un poco de madera a la deriva a la que aferrarse. No, sólo hay una forma de llegar a la Cornucopia. Cuando suena el gong, ni siquiera vacilo antes de echarme al agua a la izquierda. Es una distancia más larga de lo que estoy acostumbrada, y navegar las olas requiere algo más de habilidad que nadar a través de mi tranquilo lago en casa, pero mi cuerpo parece extrañamente ligero y corto el agua sin esfuerzo. Tal vez sea la sal. Salgo del agua, chorreando, a la banda de tierra, y corro por la extensión arenosa hacia la Cornucopia. No puedo ver a nadie más convergiendo por mi lado, aunque el cuerno dorado bloquea una buena porción de mi campo de visión. No dejo que la idea de los adversarios me enlentezca, sin embargo. Ahora estoy pensando como una Profesional, y lo primero que quiero es poner las manos sobre un arma.

El año pasado, las provisiones estaban esparcidas a una cierta distancia alrededor de la Cornucopia, con lo más valioso más cerca del cuerno. Pero este año, el botín parece estar apilado en la boca de seis metros de alto. Mis ojos se posan de inmediato sobre un arco dorado al alcance de mi mano y lo arranco.

Hay alguien detrás de mí. Me alerta, no sé, un suave cambio en la arena o tal vez sólo un cambio en las corrientes de aire. Saco una flecha del carcaj que aún está metido en la pila y preparo el arco al girarme.

Finnick, reluciente y hermoso, está a unos pocos metros de distancia, con un tridente preparado para atacar. Una red cuelga de su otra mano. Está sonriendo un poco, pero los músculos de la parte superior de su cuerpo están rígidos por la anticipación.

LIBROS PARTE 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora