|CAPITULO 20|

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— ¡Peeta! ― Grito. Lo sacudo con más fuerza, recurriendo incluso a abofetearlo, pero es inútil. Su corazón ha fallado. Estoy abofeteando el vacío. ― ¡Peeta!

Finnick deja a Mags junto a un árbol y me aparta de en medio.

— Déjame a mí. ― Sus dedos tocan puntos en el cuello de Peeta, recorren los huesos de sus costillas y su columna. Después le aprieta las fosas nasales entre los dedos, manteniéndolas cerradas.

— ¡No! ― Grito, lanzándome sobre Finnick, porque seguramente quiere asegurarse de que Peeta está muerto, para evitar que ninguna esperanza de vida retorne a él. La mano de Finnick sube y me golpea tan fuerte, tan plenamente en el pecho, que salgo volando a un tronco cercano. Estoy aturdida un momento, por el dolor, por intentar recuperar el aliento, mientras veo a Finnick tapar la nariz de Peeta de nuevo. Desde donde estoy sentada, saco una flecha, la coloco en su sitio, y estoy a punto de hacerla volar cuando me detiene la imagen de Finnick besando a Peeta. Y es tan bizarra, incluso para Finnick, que detengo mi mano. No, no está besándolo. Tiene la nariz de Peeta bloqueada pero su boca abierta, y está soplando aire a sus pulmones. Puedo verlo, puedo ver de verdad el pecho de Peeta levantándose y cayendo. Después Finnick baja la cremallera de la parte superior del mono de Peeta y empieza a golpear el punto sobre su corazón con las palmas de sus manos. Ahora que he superado mi shock, entiendo lo que está intentando hacer.

Muy de vez en cuando, he visto a mi madre intentar algo similar, pero no muy a menudo. En cualquier caso, si tu corazón falla en el Distrito 12, es poco probable que tu familia pueda llevarte a mi madre. Así que sus pacientes habituales son quemados o heridos o enfermos. O hambrientos, por supuesto.

Pero el mundo de Finnick es diferente. Lo que sea que esté haciendo, lo ha hecho antes. Hay un ritmo y un método muy claros. Y descubro que la punta de mi flecha se está cayendo al suelo cuando me inclino para mirar, desesperadamente, en busca de alguna señal de éxito. Pasan minutos agonizantes y mis esperanzas disminuyen. Alrededor del momento en que estoy decidiendo que ya es demasiado tarde, que Peeta está muerto, que se ha ido, inalcanzable para siempre, da un leve tosido y Finnick se aparta. Dejo mis armas en el suelo cuando me lanzo a él.

— ¿Peeta? ― Digo suavemente. Aparto de su frente los húmedos mechones rubios, encuentro el pulso retumbando contra mis dedos en su cuello. Sus pestañas se levantan y sus ojos encuentran los míos.

— Cuidado. ― Dice débilmente. ― Hay un campo de fuerza delante. Me río, pero hay lágrimas corriendo por mis mejillas.

— Debe de ser mucho más fuerte que el del tejado del Centro de Entrenamiento. ―Dice.

— Aunque estoy bien. Sólo un poco sacudido.

— ¡Estabas muerto! ¡Tu corazón se paró! ― Exploto, antes de pararme a considerar si esto es una buena idea. Me tapo la boca con la mano porque estoy empezando a hacer esos horribles sonidos ahogados que hago cuando sollozo.

— Bueno, parece estar funcionando ahora. ― Dice. ― Está bien, Katniss. ― Asiento, pero los sonidos no se detienen. ― ¿Katniss? ― Ahora Peeta está preocupado por mí, lo que se añade a la locura de todo.

— Está bien. Sólo son las hormonas. ― Dice Finnick. ― Del bebé. ― Alzo la vista y lo veo, sentado sobre las rodillas pero todavía algo jadeante de la escalada y el calor y el esfuerzo de traer a Peeta de vuelta de entre los muertos.

— No. No es . . . ― Consigo decir, pero me interrumpe una ronda de sollozos todavía más histérica que sólo parece confirmar lo que Finnick dijo sobre el bebé. Me mira a los ojos y lo fulmino a través de mis lágrimas. Es estúpido, lo sé, que sus esfuerzos me irriten tanto. Todo lo que yo quería era mantener a Peeta vivo, y yo no pude y Finnick pudo, y sólo debería estar agradecida. Y lo estoy. Pero también estoy furiosa porque eso significa que nunca dejaré de estar en deuda con Finnick Odair. Nunca. Así que ¿cómo puedo matarlo mientras duerme? Espero ver una expresión de superioridad o de sarcasmo en su rostro, pero en vez de eso muestra una extraña curiosidad. Nos mira alternativamente a Peeta y a mí, como si intentara averiguar algo, después sacude levemente la cabeza como si para aclararla.

LIBROS PARTE 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora