|CAPITULO 06: TIERRA EXTRAÑA|

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No debemos mirar a los hombres trasgo.
No debemos comprar sus frutos:
¿Quién sabe sobre qué suelo se nutren
sus hambrientas y sedientas raíces?
CRISTINA ROSSETTI, Mercado trasgo

—¿Sabes? —dijo Jem—, esto no se parece en nada a la idea que tenía de cómo sería un burdel.

Los dos jóvenes se hallaban en la entrada de lo que Tessa llamaba la Casa Oscura, cerca de Whitechapel High Street. Parecía más cochambrosa y oscura de lo que Will recordaba, como si alguien le hubiera aplicado una capa de suciedad.

—¿Qué te imaginabas exactamente, James? ¿Mujeres de la noche saludándote desde los balcones? ¿Estatuas de cuerpos desnudos adornando el camino de entrada?

—Supongo —contestó Jem con timidez— que esperaba algo con un aspecto un poco menos soso.

Will había pensado algo similar la primera vez que estuvo allí. La apabullante sensación que se tenía dentro de la Casa Oscura era que nadie podía considerar aquello su hogar. Las ventanas se veían grasientas y las cortinas corridas estaban mugrientas y sin lavar.

Will se remangó.

—Probablemente tendremos que echar la puerta abajo...

—O —replicó Jem; cogió el pomo y lo giró— no.

La puerta se abrió hacia un rectángulo de oscuridad.

—Bah, eso es simple pereza —bromeó Will.

Se sacó una daga de caza del cinturón y dio un paso hacia dentro con mucho cuidado. Jem lo siguió, apretando con fuerza la cabeza de jade de su bastón. Solían hacer turnos para entrar el primero en situaciones peligrosas, aunque Jem por lo general prefería cubrir la retaguardia; Will siempre se olvidaba de mirar a su espalda.

La puerta se cerró tras ellos, atrapándolos en la penumbra. El recibidor tenía casi el mismo aspecto que la primera vez que Will había estado allí; la misma escalera curvada hacia arriba, el mismo elegante suelo de mármol agrietado, el mismo aire cargado de polvo.

Jem alzó la mano, y su piedra mágica resplandeció, asustando a un grupo de escarabajos negros. Huy eron correteando por el suelo, y Will no pudo evitar una mueca de asco.

—Bonito lugar para vivir, ¿no te parece? Esperemos que hay an dejado algo atrás aparte de porquería. Una dirección adonde reenviar el correo, un par de piernas cortadas, una prostituta o dos...

—Claro. Quizá, si tenemos suerte, aún podemos pillar la sífilis.

—O la viruela demoníaca —sugirió Will alegremente, mientras probaba a abrir la puerta bajo la escalera. Se abrió, al igual que lo había hecho la puerta de entrada—. Siempre nos queda la viruela demoníaca.

—La viruela demoníaca no existe.

—Oh, tú, hombre de poca fe —exclamó Will mientras desaparecía en la oscuridad bajo la escalera.

Juntos, registraron el sótano y la planta baja minuciosamente, pero poco encontraron aparte de polvo y basura. Habían sacado todo lo que había en la sala donde Tessa y Will habían luchado contra las Hermanas Oscuras; después de una larga búsqueda, Will descubrió en una pared lo que parecía una mancha de sangre, pero no parecía provenir de ningún lugar, y Jem indicó que también podía ser una mancha de pintura.

Dejaron los sótanos y subieron arriba; allí encontraron el pasillo flanqueado de puertas que Will conocía. Había corrido por él seguido de Tessa. Se metió en la primera habitación a la derecha, que había sido donde la había encontrado. No quedaba ninguna traza de la chica de ojos asustados que le había golpeado con un florero. La habitación estaba vacía; se habían llevado los muebles para que los investigaran en la Ciudad Silenciosa. Cuatro hendiduras oscuras en el suelo indicaban el lugar donde se había hallado la cama.

LIBROS PARTE 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora