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Debra




—Para…

—No estoy haciendo nada.

Sus manos se paseaban una y otra vez por mi cintura, siguiendo el recorrido hacia abajo, hacia mis caderas. Las sujetaba con fuerza mientras besaba mi cuello.

—Sí lo haces.

Mi risa inundaba la cocina. Nos habíamos levantado tarde tras pasar toda la noche enredados entre sábanas. Me había despertado con antojo de tortitas con miel, pero Hades no ponía de su parte al no querer apartarse de mí ni siquiera cuando vertía la masa en la sartén.

—¿Qué hay de malo en que colme de besos a mi mujer?

Sonreí como una boba cuando dijo aquello. Se había pasado parte de la noche recordándome que era suya, que era su mujer y, a pesar de haberlo oído tantas veces, aún lograba sonrojarme.

Volteé el cucharón y la masa cayó en el calor de la sartén.

—¿Y tus manos aprendieron a besar? —Cuestioné girando un poco mi rostro para verlo de reojo. Era momento de darle la vuelta a la tortita.

—Por supuesto, ratoncita. —La voz se tornó profunda y grave. —Mis manos besan aquellas partes de tu cuerpo que no están siendo alcanzadas por mis labios.

Mordió mi cuello provocando que mi piel se erizara y mi cuerpo se derritiese en sus manos, las cuales bajaron descaradamente despacio por mis caderas amenazando con sobrepasar el límite de mis shorts.

Sus dedos acariciaron mis muslos y mis ojos se cerraron presa de las sensaciones que creaban su tacto suave.

—¡Oh, joder, joder! —Un ligero olor a tostado alcanzó mi nariz y fui consciente enseguida. —¡Hades!

Paró de acariciarme y clavó su mirada sobre la sartén donde la tortita comenzaba a coger un ligero color tostado, pero logré darle la vuelta antes de que se quemara por completo. Esperé un par de segundos más y la saqué al fin.

Al estar tan sumergida en mi pelea con esa tortita y evitar que no se quemara, no fui consciente del silencio que se implantó en la estancia. Por eso mismo apagué el fuego, aparté la sartén y me giré para saber qué ocurría con Hades, pues se había alejado por completo de mí ya que no sentí más caricias.

Estaba de pie, dejado caer contra la encimera de la isla central. Sus brazos cruzados por sobre su pecho aún desnudo y una sonrisa burlona en la cara.

—Los besos de tus manos casi hacen que eche arder la cocina. —Espeté en cuanto se echó a reír al verme con el plato de tortitas en la mano, la más tostada coronando al resto.

Él seguía riendo divertido mientras yo separaba una de las banquetas y tomaba asiento en ella. Lo ignoré, esto había sido por su culpa y aún así se reía como si no hubiese pasado nada.

—Oh, vamos, ratoncita. —Caminó en mi dirección hasta quedar a mi espalda. Sus manos descansaban en mis hombros y las movía lentamente creando un pequeño masaje. —No ha pasado nada. Sólo se tostó un poquito más que el resto.

Me giré en la banqueta con el bote de miel en la mano y le apunté con él directamente a modo de amenaza. Levantó las manos en señal de paz e igualmente mantenía esa sonrisa.

—No vuelves a cocinar conmigo, Hades Rydenhat. —Sentencié retomando la postura frente a mi plato para bañar una de las tortitas en miel.

Todo quedó una vez más en silencio, pero esta vez no iba a girarme para ver qué hacía Hades. Conociéndole seguro que estaba a la espera de que sucumbiera a su misterio, pero esta vez estaba entretenida comiendo mi tortita.

Ritual II: La historia comienza... ¿de nuevo? © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora