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     Una vez más.

     La mañana se repetía, pero mucho más fría que la anterior. JungKook se arropó entre las cobijas blancas y dejó que sus ojos se acostumbraran a la luz que se filtraba suavemente a través de la ventana.

     El techo del cuarto de hotel era de un blanco nieve y las paredes de un color verde pálido. Todo carecía de vida y esencia en ese lugar, le recordaba a las habitaciones de hospital donde tantas veces durmió cuando cuidaba de su madre. A pesar de ser solo un estudiante, tuvo que velar por ella y por su propia subsistencia en ese mundo. Estaba solo, a su padre no le importaba si vivían o morían ambos en un mismo día.

     JungKook se dio la vuelta sobre el colchón y alcanzó su teléfono que era lo único que le hacía compañía en esa pequeña cama.

     Eran apenas las seis de la mañana. TaeHyung probablemente lo llamaría dentro de una hora o más.

     El peli-negro buscó entre sus llamadas recientes y volvió a presionar el número al que ya había marcado veintiséis veces a lo largo de la noche. La respuesta fue la misma: El monótono discurso de la operadora diciéndole que dejase un mensaje de voz. JungKook resopló y se levantó de la cama con el celular en mano.

     No había podido dormir más de dos horas seguidas a pesar del cansancio físico y mental que sentía. Por más que intentó, se despertaba abruptamente por pesadillas que ni siquiera recordaba. Había visto a su madre en algunas, a SeokJin en otras y la sensación en su pecho le decía que TaeHyung apareció en algún punto.

     —Vamos, SeokJin —masculló mientras escuchaba el tono de espera después de llamar por vigésimo séptima vez al hombre—. Maldición, contesta.

     Nada. Volvió a enviarlo a buzón.

     JungKook sabía que Kim SeokJin era egoísta y obstinado hasta la médula. Comprar Stochos era solo su manera de hacérselo recordar. Él nunca perdía, pero JungKook no lograba descifrar si solo lo hacía por capricho o buscaba algo más con esa amenaza tácita.

     Una parte de sí —quizás la más ilusa— se sintió tranquila al saber que era Kim SeokJin quien había intentaba comprar el lugar. Si hubiera sido un extraño, sus chances de mantener a Stochos en funcionamiento habrían sido menores. Aunque no sabía exactamente qué esperar de su esposo, conocía más o menos su forma de hacer las cosas.

     JungKook se sentó al borde de la cama, viendo los edificios apagados y grises cubrir el sol. Ya no quedaban rastros de la noche en el cielo además de la luna que perdía brillo ante la majestuosidad del sol que pretendía lucirse ese día por encima de cualquier inmueble.

     El peli-negro se acercó a la ventana y cerró un poco las cortinas que había olvidado correr durante la madrugada. Por alguna razón sentía que si no podía ver el exterior se asfixiaría con la soledad agobiante de ese cuarto. Era como un verdugo silencioso que lo perseguía sin importar a dónde fuera.

     Cuando el reloj de su celular marcó diez minutos para las siete, decidió iniciar su día. Tomó la muda de ropa que había preparado para encontrarse con TaeHyung y la puso sobre la cama. El conjunto constaba de una polera de cuello alto color ceniza, una camisa blanca que llevaría semi abierta, un pantalón de tela color beige y un blazer azul marino.

     Era lo único no negro que tenía para vestir.

     JungKook se quitó la ropa con la que había dormido y envolvió su parte baja con una toalla. Se daría una ducha, se arreglaría y saldría con TaeHyung. Ni SeokJin ni nadie iba a arruinarle esa mañana. Pese a que había considerado cancelarle al castaño debido a su situación, se tomó el tiempo de pensarlo con más calma y concluyó que SeokJin no merecía tener en sus manos el poder de estropear su oportunidad de pasar un buen rato con ese maravilloso hombre.

Páginas Perdidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora