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     El querer era un ente poderoso. Anhelo, deseo y poca fuerza de voluntad fueron los ingredientes necesarios para llevar a JungKook de vuelta al lugar donde no había consecuencias y la felicidad no era costosa.

     Su mente no estaba del todo ordenada aún, pero a quién le importaba; tenía todo el tiempo del mundo para atormentarse con preguntas después. Lo único que necesitaba era a su madre con vida y a TaeHyung, nada más.

     Uno de sus sábados más felices había sido justo ese, compartiendo la mañana con su mamá y hablando de una infinidad de cosas. Nunca había caído en cuenta de cuánto le urgía ese tipo de charlas con ella, con respuestas graciosas y profundas en lugar la mudez de una lápida que no le ofrecía más que un desgarrador recuerdo de su partida tallado en piedra: "Querida madre y amiga. Que en paz descanse Jeon HyoRi".

     Mientras esperaba que el almuerzo estuviera listo, revisaba su celular con pereza. No había podido hablar con TaeHyung todavía, ni siquiera por mensaje, y sus ganas de verlo lo estaban consumiendo. No sabía cómo invitarlo a salir; ni siquiera cómo iniciar una conversación con él.

     Como si tenerlo presente en su mente a cada minuto le diera la facultad de leer sus pensamientos, una notificación suya iluminó la pantalla de su antiguo celular. El mensaje le contentó el rostro y una sonrisa se le escapó. TaeHyung le estaba proponiendo salir dentro de un par de horas, y JungKook no dudó ni dos segundos en aceptar.

     Más vivo que nunca, emocionado por la segunda cita que tendrían, fue al comedor dando saltos de felicidad.

     —¿Ya está listo, mamá? —preguntó el peli-negro.

     —Sí, siéntate de una vez, pareces hambriento —dijo la mujer con sarcasmo, bastante curiosa sobre la repentina alegría de su hijo.

     El menor acató, mensajeándose con TaeHyung sobre los detalles de su encuentro.

     —Por cierto, mamá, me han invitado a salir más tarde. No tengo deberes pendientes, ¿puedo ir?

     Su madre asintió sin pensarlo demasiado, y JungKook se lo agradeció con un sonoro beso.

     Cosas insignificantes como pedir permiso para una salida con un amigo eran muy preciadas para él. Se sentía menos solo; tenía a su madre para velar por él y contaba con ella para sentirse protegido y amado. Cada segundo con ella era un regalo invaluable y temía acostumbrarse demasiado a su presencia.

     Rápidamente confirmó su asistencia a la tan esperada segunda cita y guardó su teléfono.

     Durante el almuerzo, JungKook y su madre, HyoRi, no hablaron de mucho, pues cada uno estaba concentrado dejar sus platos vacíos. La mujer preguntó un par de cosas sobre la escuela y rápidamente concluía el tema. El peli-negro no había pedido más que ver a su madre viva durante los años posteriores a su fenecimiento, sin embargo, ahí estaba él, capaz de envolverla en abrazos cálidos y de besar sus todavía tibias mejillas.

     Una vez el almuerzo concluyó y aprovechando que JungKook no había abandonado el comedor todavía, HyoRi aprovechó para tocar un tema que había quedado pendiente entre ella y su hijo.

     —¿Cómo está SeokJin?

     JungKook frunció el ceño ante la pregunta. Le costaba un poco recordar cuánto le había contado a su madre sobre su atracción por ese rubio joven, y para que ella preguntara justamente por SeokJin después de no mencionarlo durante meses, con certeza hablar sobre él debió haber sido uno de sus pasatiempos favoritos.

     «Chico ingenuo», pensó el peli-negro. No podía culparse por enamorarse y expresar abiertamente y sin vergüenza lo mucho que quería a SeokJin. Sería demasiado inclemente juzgar a ese niño inocente por el más excusable de los delitos: Amar.

Páginas Perdidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora