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     Los gritos de su madre obligaron a SeokJin a tapar sus oídos. Él estaba en su habitación, ocultándose de la pelea que se desataba en la sala de su hogar.

     —¡Eres un maldito infiel! ¡No te importamos para nada!

     —¡Cállate, mujer! ¡Deberías agradecer que por mí tienes un pan que llevarte a la boca y alimentar a tu hijo de paso!

     El pequeño SeokJin de diez años caminó lentamente hasta su cama y se escondió bajo sus sábanas. Sabía que eso no bastaría para dejar de escuchar la discusión de sus padres, pero quería tratar de ignorar las palabras hirientes que su padre soltaba. Realmente, él no le importaba para nada.

     Se preguntaba por qué lo odiaba tanto.

     —Es nuestro hijo —pronunció su madre con la voz rota—. Somos tu familia. ¿Por qué nos haces esto?

     Inevitablemente, dos lágrimas escaparon de los ojos del niño, quien, a pesar de haber cubierto su cabeza con la almohada, era capaz de escuchar todo lo que decían sus progenitores.

     —No me molestes ahora. Si quieres seguir en el negocio y poder tener dinero para comprar tus baratijas, cierra la boca y tráeme una cerveza.

     SeokJin sabía que ese era el final de una discusión que probablemente seguiría mañana. Así era su día a día, por desgracia, y no podía hacer nada para evitarlo. No importaba cuántos diez sacara en la escuela o cuán limpia dejara su habitación, no era suficiente para frenar las riñas y castigos que le propinaban si encontraban apenas una falla en sus tareas o una zona no aseada de su cuarto. Por eso peleaban sus padres; por eso su papá se iba con otras mujeres y mamá lloraba. Era su culpa.

     El pequeño se levantó de su cama y limpió su rostro húmedo, fue al baño de su habitación y subió al banco que estaba frente al lavabo para verse en el espejo. Tenía los ojos rojos, igual que sus mejillas y nariz. Estaba cansado de llorar a diario y después tener que esconderlo para no ganarse un regaño de su madre. No quería ni imaginar lo que le sucedería si su padre lo veía en ese estado.

     Sacó dos cucharas de acero de debajo del lavatorio y las puso sobre sus ojos. Había visto ese truco en una de las series que su madre veía en las noches y le había dado resultados varias veces. No podía tardar, pues su tarea de Ciencias estaba inconclusa y su mamá entraría a su habitación en cualquier momento para revisar si había cumplido con sus deberes. Tenía que ser un buen estudiante para algún día ser empresario como su padre, pero mejor, para no tener que sufrir como ellos sufrían. Para que su futura familia no padezca por dinero y poder ser un orgullo para papá, y no lo lograría si su promedio bajaba a ocho o nueve.

     Siempre había sido el mejor y siempre lo sería; era su deber.

     Fue el mejor en la primaria, también en la secundaria, incluso al comenzar la preparatoria. Siempre trató de enorgullecer a sus padres, pero, por más duro que intentó, la situación en su casa no mejoraba. ¿Qué caso tenía entonces? Simplemente continuaba sumando premios de excelencia y libretas con promedios perfectos como si se tratara de una colección siniestra que escondía bajo su brillo noches sin dormir y lágrimas, muchas lágrimas.

     En algún punto, sus ojos se secaron. No volvió a necesitar esas cucharas de acero, ni siquiera cuando el ambiente en su hogar se tornó insoportable. El negocio de sus padres cayó y estaban prácticamente en la ruina.

     Ese niño pequeño dentro de SeokJin que aún admiraba a su padre se esfumó cuando lo vio hundirse en su propia miseria y refugiarse en la bebida. Entonces su autocompasión desapareció y volcó su odio sobre su papá. Ese hombre, tan exigente e inflexible, que parecía no quebrarse con nada, le comenzó a dar asco. Verlo cruzarse de brazos y no seguir trabajando tan diligentemente como había hecho toda su vida, rompió la imagen que SeokJin guardaba de él. Su madre se arrastró con su marido, convirtiéndose en una triste ama de casa desaliñada, cuya única tarea era limpiar, darles de comer y esconderse cuando el dueño de la casa llegaba con alguna ramera lo suficientemente barata como para que entrara en su presupuesto.

Páginas Perdidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora