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     Cuando JungKook viajó al pasado en su primera y única vez, nada había cambiado, y apareció en su presente en menos de lo que duraba un parapadeo. Eso podía usarlo a su favor y desaparecer cuando quisiera sin verse afectado.

     SeokJin había llegado a casa en la mañana. Lo sabía porque en algún punto sintió un peso extra y un cálido brazo abrigar su cintura. Desafortunadamente, su cuerpo todavía respondía a sus caricias, pero estaba lo suficientemente cansado como para ignorarlo y forzarse a entrar en sueño de nuevo.

     Eran las ocho de la mañana, SeokJin ya se había ido. JungKook estaba vestido y dispuesto a ir a Stochos, pero algo lo detuvo. No tardaría ni un segundo, ¿verdad? En el sentido literal.

     JungKook se mordió ligeramente el labio inferior por los nervios. Dejó su bolso y fue de vuelta a la habitación. Al abrir su closet, vio la chaqueta del Instituto colgada entre sus demás prendas. Llevaba una camisa blanca, así que solo tuvo que sacarse la chamarra que llevaba y colocarse la prenda que había extraído del mueble.

     Una vez abrochada la chaqueta, se miró al espejo y notó que llevaba pendientes. Con cuidado, se los quitó y, luego de dejarlos sobre su cómoda, hundió su mano entre el montón de cosas en su armario, buscando a tientas la caja que contenía el Harpe.

     Lo sacó y, como era costumbre, su adrenalina se disparó. JungKook trató de concentrarse inhalando un par de veces, cosa que logró. El siguiente paso era mantener su mente firme en algún momento de su vida en el que no esté en un salón de clases para evitar inconvenientes como el de la primera vez.

     Recordó un parque cercano a la escuela. A su mente llegó el liviano recuadro de un día en específico: una mañana tranquila en la que iba a la preparatoria, un día de los muchos que compartió con SeokJin, no muy lejano al de su primer viaje.

     Las conocidas palabras, deseosas de ser pronunciadas desde el día anterior, abandonaron su garganta y el proceso se repitió. La sensación se tornaba más familiar a sus sentidos, convirtiendo aquella experiencia en algo más natural, simplemente dejando unas ligeras cosquillas en su vientre por la emoción. Cerrar los ojos hacía de esa cortísima travesía algo más espectacular; el peli-negro lo disfrutaba mejor así.

     Cuando sus párpados se elevaron, una leve brisa mañanera le acarició las mejillas. Incapaz de aceptar la magia del todo, soltó un suspiro y examinó su entorno: Estaba a puertas de su casa, pero no cargaba su maleta, por lo que se giró y tocó con los nudillos. Se arrepintió al instante.

     Escuchó pasos acercarse, y sintió miedo por la reacción que tendría al ver viva a su madre. Sin darle tiempo a pensar, la puerta se abrió, y una mujer de más o menos cincuenta años se dejó ver.

     —JungKookie, hijo. Creí que ya te habías ido.

     JungKook miró a su madre y sintió las lágrimas agolparse en sus ojos, como si fuese una competencia para ver cuál saldría primera. Mal para ellas, porque el joven peli-negro no dejaría que ninguna se le escapase. Elevó su mirada para que sus ojos secaran y logró su cometido. La sensación abrumadora se extendió por su pecho, creando una fricción agonizante que le impedía la correcta respiración. El simple hecho de ver a la mujer que le había dado la vida frente a él, hizo que su muerte se sintiera como un mal sueño nada más.

     —Mamá... yo olvidé mi mochila.

     Una risa fue captada por los oídos del menor, una risa que en años no había escuchado. Se deleitó con el sonido y sonrió también.

     —Suele pasarte. Toma. —Su madre le extendió la maleta con sus libros—. Esperaba que te dieras cuenta al llegar al Instituto, pero fuiste rápido esta vez.

Páginas Perdidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora