El tráfico y el reloj se habían confabulado contra él esa mañana. El coro caótico de bocinas e infaltables vituperios aturdirían a cualquiera a esa hora, pero no a JungKook. En su cabeza había más ruido, más barullo que en la carretera principal. El semáforo en rojo dejó atrás el alboroto y se palpó una calma momentánea.
Cinco minutos para las ocho. Llegaría tarde aunque pasara por encima de toda la fila de autos que le esperaba al doblar la esquina.
Sacudió su oscuro y húmedo cabello para después peinarlo con sus manos. Se observó a través del espejo retrovisor y cayó en cuenta de que lo único que se veía bien en él esa mañana era su cabellera. No era para menos. Había pasado una noche pésima y solamente logró despertarse con la última alarma de las seis que había programado. Agradecía haberlo hecho.
Los rayos de luz solar se volvían cada vez más poderosos y las ventanas de las casas relucían, dándole vida a la ciudad. El semáforo cambió de color y JungKook avanzó. Arribó en el parqueadero de la escuela quince minutos después. Tomó su maletín y se apresuró en marcar su entrada e ir a su salón de clases.
Sus ojos ardían por la falta de sueño y el dolor de cabeza se resistía al analgésico que había tomado antes de salir del hotel. El día no podía haber comenzado de la peor manera posible.
La mayoría de sus alumnos ya estaba ahí, algunos preguntándose el por qué de la demora de su maestra y otros disfrutando los pocos minutos libres.
—Buenos días —pronunció con la voz apagada.
No había notado que su garganta estaba así de lastimada después de las horas de llanto sobre una cama desconocida y sábanas extrañas.
Los niños respondieron al saludo y el peli-negro dio inicio a su clase.
Las letras del libro se mezclaban entre sí y los márgenes se distorsionaban frente a sus ojos. Había estudiado mucho sobre la Ocupación Japonesa durante la semana precisamente para dictar esa clase, pero ni siquiera recordaba la diferencia entre confucianismo y sintoísmo. De hecho, no recordaba nada de la historia de Corea, lo único que se repetía en su cabeza una y otra vez era la historia de su desdicha.
No estaba en condiciones dar una clase esa mañana, pero poco podía hacer al respecto. Optó por ser más didáctico e interactuar con los estudiantes. Los niños leían los párrafos del texto uno a uno, refrescando así la memoria del docente que por fin comenzaba a concentrarse en su trabajo.
Las dos horas pasaron en un abrir y cerrar de ojos y, antes de que se diera cuenta, ya estaba dictando la actividad que debían presentar la siguiente semana. El timbre que marcaba el comienzo del receso sonó justo después de que los menores empezaban a guardar los libros de la asignatura y el aula se quedó vacía en un santiamén. Solo quedaba una niña y una carpeta vacía al frente de su pupitre que hacía notar la ausencia de Kang TaeHyun.
JungKook bebió de la botella de agua que sacó de su maletín y miró el asiento que solía ocupar TaeHyun. El chico no acostumbraba a faltar a clases, así que su presencia se extrañaba. Se preguntó si había pasado algo la tarde anterior.
Por lo que vio, no tendría que esperar mucho para esclarecer sus dudas.
Kang TaeHyun se dejó ver cruzando el umbral de la puerta como si lo hubiera llamado con sus pensamientos, pero había algo raro en él. En cuanto el muchacho dio dos pasos dentro del salón, una figura masculina e imponente lo siguió y lo primero que hizo al entrar fue mirar al profesor sentado en la parte delantera del aula. JungKook asumió que se trataba del padre del menor. TaeHyun tomó su asiento usual al frente del pupitre del maestro y acomodó sus cosas sin decir una palabra, ni siquiera levantó la cabeza.
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Páginas Perdidas ©
FanfictionVK┃emisión. ❝Jeon JungKook, un joven coleccionista de reliquias, no es alguien que podría decir que la vida le había sonreído. Su madre murió a temprana edad y está casado con un hombre que convierte su día a día en un infierno. Estaba estancado, ha...