Hwanung pocas veces se arrepentía de lo que hacía. Su vida estaba regida por un solo propósito que no tenía intenciones de ignorar. Sin embargo, había hecho algo que desencadenaba en él una sensación parecida al remordimiento, que le quitaba el sueño y no se podía sacar de la cabeza.
La vida sin DanGun, su hijo, había sido dura. Los días pasaban más lento y su gran tarea se sentía cada vez más lejana de lograr. Pese a que había continuado liderando a sus hombres y cumplido con todo lo que les había prometido, un mundo sin su muchacho se sentía vacío y su existencia intrascendente.
El tiempo había jugado distinto a lo que esperaba.
Su humanidad se sacudía ante el desconsuelo de haber perdido a su único hijo, de ser consciente de que no lo vería madurar y disfrutar del imperio que ambos habían forjado. Tampoco podía vivir del pasado, usando el poder que le había confiado su padre y abrazando recuerdos que no podían perdurar en sus brazos.
No encontraba dentro de sí la fuerza para no verlo el resto de sus días ni verlo ser feliz, que, a pesar de no haber reconocido si DanGun lo era o no a su lado, no había nada más importante para él en esos momentos.
Quizás era momento de buscar su felicidad y la de su hijo después de todo el tiempo que había pasado tratando de llenar las expectativas que los dioses tenían de él.
[ ⋯ ]
Sentado frente a su escritorio, JungKook revisaba los libros de contabilidad de Stochos. Sus gafas reposaban sobre sus orejas y el puente de su nariz que ya comenzaba a escocer por el tiempo que llevaba dentro de su oficina.
JungKook no tenía idea de qué hora era, ni tampoco parecía preocuparle cuántas horas habían pasado desde que había estirado un poco las piernas. No tenía tiempo que perder, su vida estaba a punto de dar un giro de ciento ochenta grados, y todo lo que necesitaba era que esos libros le confirmaran lo que él estaba pensando.
Stochos estaba bastante bien, en gran parte gracias a SeokJin, pero por su cuenta podía mantenerse estable. Eso, sumado al salario de la escuela, le dejaba bastante para sus ahorros y el pago del alquiler que su marido se rehusaba a pagar algunos meses.
JungKook dejó el libro que revisaba a un lado del escritorio y encendió su portátil. Inmediatamente fue al registro de egresos e ingresos personales, para luego revisar la cuenta que tenía dedicada específicamente para una cosa: Comprar el local donde funcionaba Stochos.
Al ver la cifra, dejó caer su peso en el respaldar de su silla, sin poder creérselo.
«Por fin», pensó.
Durante esos dos años, solo había tenido un sueño, y era ese que figuraba en la celda virtual que había hecho que sus ojos brillaran y su corazón palpitara más fuerte de lo usual. Esos números eran un trozo de libertad, una brisa fresca y el primer paso hacia una nueva vida; su propia vida.
Al fin tenía el dinero suficiente para comprar Stochos, y si podía comprarlo, podía divorciarse de SeokJin. Finalmente podría separarse de él y todos los problemas que significaba la convivencia con el rubio. Ya no quería seguir sintiéndose preso como una paloma herida, que fue salvada por un hombre que fue bueno en su momento. Estuvo a su merced por mucho, y estuvo bien hasta que se dio cuenta que el buen hombre que la rescató ya no era más esa persona. Incluso estando ya sana, no había emprendido vuelo por amor a su salvador, pero para cuando quiso huir, ese buen samaritano que había sido, ya le había lastimado de nuevo las alas para no dejarla ir.
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Páginas Perdidas ©
FanfictionVK┃emisión. ❝Jeon JungKook, un joven coleccionista de reliquias, no es alguien que podría decir que la vida le había sonreído. Su madre murió a temprana edad y está casado con un hombre que convierte su día a día en un infierno. Estaba estancado, ha...