O11

1K 192 15
                                    

     Es increíble lo feliz que puede ser alguien con cosas tan simples. Una vez más, JungKook daba credibilidad a la frase: «El dinero no compra la felicidad». Era tan cierta.

     Si bien él no era una persona millonaria, sí podía decirse que la posición de su esposo le daba ciertos lujos que la mayoría no era capaz de permitirse, y «feliz» no era ni de cerca la palabra que usaría para describirse.

     JungKook tenía la certeza de que no todas las personas de buena posición económica fueran infelices, porque estaba seguro que había grandes figuras sociales que sabían diferenciar entre algo que alimenta tu ego y la felicidad verdadera. Existían personas, estaba seguro, que sabían apreciar las cosas que eran en verdad valiosas y sabían que el dinero nunca alimenta el alma de nadie. La mayoría, sin embargo, eran de los poderosos comunes, o "los pobres con sonrisa de oro", como solía llamarlos el menor en su mente.

     Contrario a lo que la mayoría de personas creía, JungKook jamás se interesó en SeokJin por su promisorio futuro. Si había decidido casarse tan joven era porque creía en la utopía de un amor eterno y una vida feliz, mas no por algo tan vano como el dinero.

     Lástima que la codicia y pompa tuvo el mismo efecto en el rubio que en el resto del mundo: Le hizo olvidar lo que realmente importaba y cambió el amor de su pareja por un puesto importante en una empresa.

     JungKook lo soportó por un tiempo, pero se dio cuenta que estaba atentando contra su propia integridad; que estaba dando sin recibir nada a cambio. Todo se arruinó desde entonces, y más aún cuando quiso divorciarse y fue consciente de que había compartido tanto con él que ya nada era suyo realmente. Hubiera preferido darse cuenta por sí mismo, pero fue SeokJin el que se lo repitió tantas veces esa tarde, bendita tarde, que no hizo más que despertar su determinación.

     El peli-negro no había hecho la gran cosa desde ese momento, solo ahorrar de poco en poco, así hasta tener lo suficiente para abastecer su negocio y divorciarse. La única razón por la que SeokJin lo mantenía con él —desde la perspectiva de JungKook— era porque la separación mancharía su impoluta reputación.

     No permitiría que eso lo detuviera, sin embargo. La decisión de romper aquel contrato con el rubio estaba tomada, y así le tomara años lograrlo, no sucumbiría ante nada ni nadie. Menos cuando tenía una razón para hacerlo, un motivo tácito que había sido, quizás, el empujón que le hacía falta.

     JungKook cayó en cuenta de su situación: Estaba sonriendo como idiota, sentado en la tapa de un inodoro mientras SeokJin estaba en quién sabe dónde y no conocía lo suficiente a nadie en el lugar.

     No quedaba de otra, tenía que salir y buscar a su esposo para irse a casa.

     Salió del cubículo y fue a lavarse las manos, luego de guardar bien el Harpe bajo su saco, por supuesto. Con último suspiro alegre, salió de los servicios higiénicos y la realidad lo golpeó en la cara.

     La bulla acaparó sus oídos de nuevo. ¿Qué demonios se reproducía? ¿Alguna sinfonía de Beethoven? Quizás algo de Mozart. Y cómo no, si el lugar estaba repleto de vejestorios que no admitirían escuchar algo más aparte de música clásica. De cualquier forma, la música no podía escucharse muy bien debido a las charlas frívolas y sin sentido de los presentes.

     Inhalando como si estuviese listo para su más grande hazaña, JungKook dio un paso fuera del sanitario. Había pequeños círculos de personas a lo largo de todo el salón, y el peli-negro se vio obligado a interrumpir sus incesantes palabrerías pasando entre ellos.

     —Permiso, permiso —decía, sin ánimos de ser cortés.

     Después de menos de diez minutos de búsqueda, JungKook se dejó caer en un pequeño sofá ubicado en una esquina. Su cuerpo no podía más con el abrumador tráfago de horas. Cansado, sacó su celular y marcó el número de SeokJin; sin embargo, a pesar se intentarlo más de tres veces, el rubio no contestó.

Páginas Perdidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora