La algarabía entre sus hombres al regresar al campamento logró contagiarlo un poco, solo un poco. El dolor punzante de perder a su único y amado hijo lo estaba carcomiendo.
Lamentablemente, el hombre era consciente de los riesgos de tomar una misión tan importante como la que le habían encargado los dioses; conocía las implicancias. ¿Valía realmente el sacrificio?
—¡Señor, celebre con nosotros! —llamó su comandante.
Hwanung sonrió a medias y se negó con un gesto.
—Prefiero quedarme aquí. Vayan y traigan a sus mujeres y niños del refugio. Este territorio es nuestro.
El hombre asintió formalmente e hizo una reverencia, pero, antes de retirarse, se volvió a su líder y le hizo la pregunta que le estaba causando intriga.
—Señor, ¿cómo llamaremos a estas tierras?
Hwanung no respondió enseguida y subió a una pequeña roca para llamar la atención de todos sus hombres. Una vez la obtuvo, comenzó a exclamar.
—¡Hoy hemos iniciado una nación, una generación próspera para el resto del mundo levantaremos! Hoy, en nombre de los nuestros que dejaron de existir y mi querido hijo, que en paz descansen, fundamos Sinsi, La Ciudad de Dios.
—¡Sinsi! —gritaron todos al unísono, elevando sus brazos en dirección a su líder.
Cuánto anhelaba el hombre poder compartir esa inmensa alegría junto con sus súbditos, pero había subestimado su humanidad, y no había previsto la magnitud del dolor que podía sentir al perder a su único hijo. Su pobre muchacho había dado su sangre a cambio de un poco de gloria terrenal.
Hwanung, ese día, conoció el peso de la culpa y el sabor de las lágrimas más amargas jamás derramadas por alguien que no sepa lo que perder a un vástago significaba. Solo pensaba en el poder que sujetaba en su mano y cómo éste podía permitirle ver a DanGun nuevamente.
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Domingo. Muchos consideraban aquel día como el mejor de la semana, y JungKook también lo hacía, pero no ese domingo, no cuando SeokJin, misteriosamente, había decidido no trabajar y quedarse en casa haciéndole compañía a lo lejos.
El menor no quería que su fin de semana fuera arruinado por la presencia de su esposo, por lo que se había refugiado, como siempre, en la cocina, usando un delantal y un poco de harina como excusa para no prestarle atención al rubio. Éste, por su parte, tampoco estaba realmente interesado en interactuar con el peli-negro, así que la mañana estaba pasando tranquila para los dos hombres.
Desde aquella conversación con SeokJin sobre Stochos, ninguno había vuelto a sacar el tema a la luz. JungKook lo agradecía y por eso su semana había transcurrido con calma. Sus galletas estaban quedando exactamente como en la receta, y el peli-negro se sentía contento con ello. Intentar hacer postres podía ser una terapia muy efectiva.
Metió las galletas al horno y programó el temporizador de su celular para que le avisara dentro de quince minutos.
JungKook se quitó el delantal después de lavar sus manos y dudó al estar frente a la puerta de la cocina. Esperaba que SeokJin ya no siguiera recostado en el sofá, y mientras cavilaba entre salir o no, la puerta se abrió dejando ver al rubio ataviado en un traje azul noche y con un portafolios en mano. JungKook se hizo a un lado casi al instante y SeokJin lo miró de arriba abajo, cuestionando su extraño comportamiento. Sin darle mayor importancia, pasó de largo para servirse un vaso con agua.
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Páginas Perdidas ©
FanfictionVK┃emisión. ❝Jeon JungKook, un joven coleccionista de reliquias, no es alguien que podría decir que la vida le había sonreído. Su madre murió a temprana edad y está casado con un hombre que convierte su día a día en un infierno. Estaba estancado, ha...