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     En una casa ubicada en una pequeña ciudad de Busán, una pareja se alzaba en una de sus comunes discusiones. Los gritos iban y venían; uno intentaba darse a entender, mientras que el otro se dedicaba a juzgar.

     —¡Ya basta, SeokJin! ¡Solo era mi cliente! —exclamó JungKook, un joven peli-negro airado debido a la situación.

     —Oh, ¿un cliente que viene a altas horas de la noche y sin falta, día tras día? No lo sé, JungKook. Solo te digo que no me tientes a hacer algo que vaya a perjudicarte. ¿Quién crees que mantiene toda esa cueva tuya?

     —¿Me amenazas con eso? No te pedí que lo hicieras, y aunque te lo agradezco, es cuestión de tiempo para independizarme —dijo con firmeza JungKook.

     SeokJin acompañó su altanero silencio con una última risa burlona y salió de la casa dando un fuerte golpe a la puerta que aturdió al menor. El peli-negro soltó un par de maldiciones, aprovechando la ausencia de su insoportable marido, antes negar y tomar su bolso. SeokJin podía llegar a ser verdaderamente desesperante. 

     Su pobre relación había muerto hace años, todo por la conducta del mayor. Jamás creyó que podría llegar a ser así con él; pasar de tener un bonito amor juvenil a la más vil rutina llena de chantajes y amenazas, que eran el pan de cada día. Pocas veces podían estar en la misma casa y a la misma hora sin discutir por algo. Eran un matrimonio que lo único que tenía de eso, era el nombre. 

     JungKook estaba harto de toda la situación, y por eso se esforzaba a diario para poder comprar la propiedad en donde funcionaba su negocio. Podría escapar si SeokJin ya no tuviera que pagar mensualmente la renta y los demás gastos.

     Dejando su fantasía muy dentro de su cabeza, el peli-negro alistó su frasco con agua y salió de su casa, la que alguna vez fue su sueño cumplido, y que se había convertido en algo poco mejor que una cárcel para el menor.

     Un Mini Cooper de color blanco estaba estacionado afuera vivienda. Con algunos ahorros, JungKook había logrado comprar un auto propio. Claro que eso había sido antes de que SeokJin comenzara a usar su poder económico a su favor, entonces el peli-negro se dio cuenta que él no le brindaba ayuda, sino que era una forma de someterlo.

     Sin más, JungKook se subió al vehículo y arrancó en dirección a su pequeño centro de colección y exhibición de reliquias. Su madre había puesto la mayor parte de su vida en ello, ya que dejó de ser arqueóloga cuando dio a luz a JungKook. Tras el trágico divorcio con su padre unos años después del nacimiento de su primer y único hijo, la mujer se dedicó a criarlo sola, exponiendo unos pocos de sus descubrimientos en la sala de su casa. Poco a poco ganó cierto reconocimiento en Mandeok-dong, su pueblo natal en Busán.

     Con años de esfuerzo, JungKook logró rentar un salón en el centro de Busán. Cuando su madre murió, después de ver el matrimonio de su único hijo y darle su bendición, dejó en manos de JungKook todo lo que tanto le costó construir y que el peli-negro se esforzaba por mantener a costa de su felicidad. Aunque no era lo que quería, era evidente que su matrimonio correría el mismo destino que el de sus padres.

     JungKook era un profesor de primaria graduado, pero no lo ejercía por dedicarse a su negocio. Tal vez era momento de ejercer su carrera para reunir fondos.

     Unos pocos kilómetros después, el peli-negro llegó a Stochos, nombre de su pequeño museo. Lalisa, la joven que se encontraba limpiando, le sonrió, y el recepcionista lo saludó con una reverencia.

     —Señor Jeon-Kim, buenos días.

     JungKook cerró los ojos con fuerza al escuchar a su amigo y empleado llamarlo así. Esa mañana, precisamente, aquel apellido le parecía la cosa más horrorosa que podría escuchar. Por suerte, cuando se casó, no renunció del todo a su apellido, por lo que era Jeon-Kim en vez de solo Kim. Sin embargo, haber unido su apellido con el de su esposo no lo hacía más feliz.

Páginas Perdidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora