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     JungKook tenía muchos planes para ese domingo, pero entre ellos no estaba tener que soportar las reprimendas sin sentido de alguien que no tenía el más mínimo derecho de hacerlo: SeokJin. YoonGi había sido de detonante, una vez más, de los descontrolados celos de su esposo que no tenían lugar ni cabida en la mente del menor.

     —¿Tú no tienes que trabajar? —preguntó el peli-negro, hastiado de escuchar tantos disparates.

     —¡No cambies de tema, JungKook! —exclamó el mayor, exaltado, haciendo bufar por lo bajo a JungKook—. ¿Ahora va a Stochos? Primero a la casa y de pronto va para allá.

     El menor estaba mordiéndose la lengua, y no de una forma metafórica. No sabía cómo SeokJin había llegado a enterarse de la visita de YoonGi, pero se hacía una idea. YoonGi siempre sería para él como un hermano, un gran amigo; sin embargo, no había forma de grabar eso en el cerebro del rubio. 

     —Es parte de mi trabajo y déjame decirte algo: YoonGi trabaja conmigo, el único vínculo que vamos a tener va a ser el laboral. 

     SeokJin lo miró con desconfianza, con los ojos poco amables y llenos de reproche. JungKook lo ignoró tan bien como pudo y se mantuvo firme en su postura, pues sabía que tenía toda la razón y su esposo ningún derecho de reclamar por un encuentro inocente. Lo más probable era que SeokJin no pagara la renta ese mes, pero el peli-negro ya se había anticipado; no tendría problema.

     —Como veas —dijo el rubio finalmente.

     —Bien. Saldré.

     SeokJin posó su vista pesada sobre su esposo de nuevo, esta vez llena de duda. No se atrevía a preguntarle directamente y JungKook no planeaba darle ninguna explicación. Se internó en la seguridad fugaz que le brindaba su habitación matrimonial y tomó su bolso, asegurándose de cargar consigo el Harpe y su teléfono celular. Salió del cuarto, fingiendo no darse cuenta de la presencia de SeokJin, que se mantenía en la misma posición.

     —Si tienes algo que decir, dilo —soltó el menor.

     El rubio tenía sus brazos cruzados con fuerza y pegados a su pecho, revelando parte de su incomodidad por no saber el paradero de su marido una vez fuera de casa. Sin embargo, su orgullo tampoco dejaba entre sus escasas opciones preguntar: quería que JungKook se lo dijera. No contaba, por supuesto, con que el peli-negro no tenía ni la más mínima intención de hablar. Conocía a SeokJin y sabía que odiaba quedarse con la duda, pero no preguntaría.

     Al no obtener respuesta, agregó:

     —Me voy entonces —concluyó el menor, colgándose el bolso y poniendo su chaqueta sobre sus hombros sin llegar a pasar sus brazos dentro de las mangas.

     La expresión de SeokJin evidenciaba incredulidad, pero de su boca no salía nada. JungKook lo miró por última vez y salió de la casa sin siquiera despedirse. Su confiable Mini Cooper aguardaba pacientemente por él en la acera, listo para llevarlo a donde quisiese. Ingresó al vehículo y emprendió el rumbo a la casa de YoonGi que pocas veces había visitado. Su padre era una persona agradable, así que las únicas tres veces que había ido, la había pasado realmente bien. El motivo de su visita a su amigo era por la información que el mayor se había ofrecido a conseguir aquella vez. La emoción no lo había dejado dormir correctamente por la noche, además que compartir la cama con SeokJin —lo cual sucedía en pocas ocasiones— era bastante incómodo.

     Condujo unos veinte minutos por una ruta poco transitada, llegando poco antes de la hora acordada a la casa. Decidió esperar a que sea el tiempo, en lo que comenzó una extraña cadena de preguntas hechas para sí mismo: ¿Estaba listo? Quizás no podría con la idea de que TaeHyung no lo quiera cerca. ¿Le sería suficiente el simple hecho de verlo de lejos, cuando se había acostumbrado a tenerlo siempre consigo? ¿Qué pasaría si no estaba en Corea siquiera?

Páginas Perdidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora