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     El agudo dolor de atravesar el luto por segunda vez había arrastrado a JungKook a repetir la torpeza de tratar de vencer el infortunio que visitaba a su madre cada vez mucho antes de lo que a él le gustaría. Había perdido la noción del tiempo y del número de veces que había intentado salvar a Jeon HyoRi de una muerte temprana. Una enfermedad, un accidente, un robo y hasta el suicidio... Su madre nunca pasaba del dos mil dieciséis, y JungKook ya no tenía fuerzas para seguir luchando en contra de algo que parecía estar escrito.

     En ese universo o en cualquier otro, a él le tocaba vivir solo con el recuerdo de su querida madre.

     Finalmente se había rendido. No había nada más que pudiera hacer para remediar su egoísta sentimiento de querer alargar su estancia en ese mundo; su mundo. Ella era un ángel pasajero en su historia. Ya lo entendía.

     A su memoria volvían las palabras lejanas de YoonGi, diciéndole que solo había una cosa que podía remediar, y esa era la muerte de TaeHyung.

     Amaba a TaeHyung, pero eso no suplía el vacío que le dejaba la pérdida de su madre, y no podía escoger entre los dos.

     La celda se sentía más fría de lo que recordaba, tal vez por el gélido halo de resignación que lo envolvía esa tarde, que se alargaba más de lo debido. Miró el Harpe entre sus manos y dejó escapar un suspiro cargado de angustia. 

     —Jeon-Kim JungKook.

     La voz rasposa del policía hizo que guardara rápidamente el Harpe entre sus ropas. Se levantó con lentitud, con el eco de sus propios pasos resonando en la pequeña celda, y se acercó a los barrotes con cautela. El policía se aproximaba, recorriendo el cuerpo de JungKook, perplejo por la ropa que llevaba. Había algo extraño en su apariencia, algo que no coincidía con el momento en que lo habían traído. Pero el hombre no dijo nada. Solo lo observaba, desconfiado, como si supiera que algo importante estaba escondido tras esa fachada.

     —Jeon-Kim JungKook, puede irse.

     Hacía tanto que no escuchaba ese apellido junto a su nombre. Esa realidad no dejaba de golpearlo a cada oportunidad que encontraba, como si pretendiera castigarlo por sus idas y venidas; por haber jugado con un tiempo que no era suyo y haber tardado tanto en comprender que no se puede alterar el pasado si el destino así no lo quiere.

     El tintineo de las llaves buscando la cerradura se escuchaba desalentador. No había disfrutado su estancia en esa carceleta, pero ese lugar había mantenido sus piezas juntas. Ahora debía enfrentar una libertad que amenazaba con despedazarlo y que lo dejaba como presa fácil de su propio desconsuelo.

     Una vez la puerta fue abierta, lastimando sus oídos con un agudo chirrido en el proceso, JungKook dudó antes de dar un paso fuera.

     El policía lo observó, incrédulo, pero le dio tiempo para que se recompusiera y decidiera salir.

     El peli-negro sacudió sus cabellos oscuros y suspiró de nuevo. Era hora de darle la cara a ese mundo de nuevo.

     Salió de la carceleta y posteriormente de la comisaría luego de hacer el papeleo respectivo y recoger sus pertenencias. Su abogado le había explicado el procedimiento y su juicio comenzaría en unos días. En realidad, esa era la última de sus preocupaciones, y Park JiMin le estaba haciendo el favor de encargarse de eso. Nunca le perdonaría a ese hombre todo lo que le había hecho a él o a TaeHyung, pero dejaría que buscara algo de sosiego dirigiendo su rabia hacia Kim SeokJin.

     «El enemigo de mi enemigo es mi amigo, ¿no?», pensó.

     El aire corría con un poco de fuerza esa tarde. Los aromas, las calles y hasta el cielo se sentían distintos o distantes. La familiaridad lo embargó y, a pesar de que su vida era un caos en esos momentos, sonrió, cerrando los ojos y dejando que la brisa enfriara su piel.

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⏰ Última actualización: Sep 12 ⏰

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