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     JungKook casi había olvidado el remordimiento por haber abandonado su mundo y haber dejado sus problemas inconclusos. Esa nueva realidad lo compensaba, en parte, pues, a pesar de tener a las dos personas que más amaba a su lado, una de ellas no estaba en condiciones de decir que ese era el mejor momento de su vida.

     Esa ilusoria felicidad estaba cimentada en sacrificios que JungKook creía eran necesarios para poder estar en paz.

     Pero robarle tiempo al universo y tratar de burlar al destino tenía al escarmiento de su lado, listo para blandir su espada contra todo aquel que desafiara su curso natural.

     No obstante, JungKook sentía que lo valía. Él estaba dispuesto a cumplir una condena o dos con tal de no perder a nadie.

     Mientras caminaba hacia la universidad sumido dentro de su propia mente, pensaba en cuánto extrañaba Stochos, a HoSeok, Lalisa y ChanYeol. También echaba de menos a sus niños de la escuela, sobre todo a TaeHyun.

     En esa realidad, TaeHyun era apenas un pequeño de ocho años y, al haber consolidado su relación con TaeHyung, el odio del padre del niño hacia ellos era palpable. YoonGi tampoco era el mismo, pues entre ellos ya no existía la confianza que solían tener y ChanYeol estudiaba lejos. Su vida se resumía a clases y tiempo en familia. Era mucho pedirle a la vida, el tener la calidez del abrazo de su madre cada vez que llegaba a casa y ver el brillo en sus ojos. Había vencido al cáncer hacía un año y JungKook estaba agradecido.

     Quien no estaba en su mejor momento era TaeHyung. Había cosas que no podía alterar y una de ellas era el trágico fin de su hermana. JungKook se sentía culpable por no haber intervenido antes y evitarle ese dolor a su novio, pero ya era demasiado tarde. Su enfermedad había avanzado tanto, que la familia solo estaba esperando lo inminente.

     JungKook tomó asiento en una carpeta de la última fila y abrió su cuaderno de apuntes. Más tarde iría a visitar a TaeHyung y ayudar en lo que hiciera falta.

[ ⋯ ]

     —JungKook-ah, toma.

     El mayor levantó la mirada hacia TaeHyung y le recibió la taza de café que le ofrecía. Necesitaba eso tanto como él.

     —Gracias, amor.

     El castaño esbozó una sonrisa débil, esas que salen cuando el cansancio se adueña de uno, pero el corazón sigue lleno de afecto. Se dejó caer suavemente en el sillón, ocupando el espacio junto a su novio. A su alrededor, el mundo parecía haber entrado en pausa. TaeHee dormía plácidamente, su esposo e hijo estaban en otra habitación, lejos de cualquier interferencia. Y HwanWoo, como siempre, se había quedado con su hija, dejándolos solos.

     El silencio que envolvía la sala no era incómodo. Todo lo contrario, había algo reconfortante en él, como si el peso de sus pensamientos solo pudiera aliviarse en la mutua compañía. JungKook tomó un sorbo del café y, sin decir palabra, acarició suavemente el dorso de la mano de TaeHyung, un gesto silencioso de apoyo, de amor. TaeHyung respondió entrelazando sus dedos con los de JungKook, como si esa simple acción pudiera asegurarle lo agradecido que estaba.

     —No sabes cuánto me hiciste falta estos días —comentó el menor, girándose con suavidad para conectar miradas con el peli-negro.

     —Hemos estado ocupados. Más bien discúlpame por no haber podido venir a ayudarte.

     Había algo profundo en su disculpa, un arrepentimiento genuino que iba más allá de las palabras, una culpa que JungKook nunca podría explicarle del todo. TaeHyung lo sentía, lo sabía, pero no necesitaba oírlo. No de esa forma.

Páginas Perdidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora