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     Decir "no" en esa oportunidad, no iba a ser posible para JungKook.

     Mantener una imagen social a veces le costaba su orgullo, así que nada podía hacer ante la propuesta de su inflexible marido.

     —¿A qué hora es? —preguntó JungKook, resignado a asistir a un evento del que poco sabía y tampoco le importaba saber.

     —A las ocho. Vendré más temprano para asegurarme de que estés listo a tiempo.

     El menor bufó, claramente sin una pizca de entusiasmo por ir a aquella fiesta que seguramente estaría llena de caras alargadas y personas tan superficiales como su esposo.

     —Recuérdame por qué tengo que ir contigo —escupió.

     En cuanto la escalofriante mirada de SeokJin se posó sobre él, JungKook supo que el silencio lo habría favorecido más que darle rienda suelta a su recientemente más ágil lengua.

     El rubio se acercó a JungKook despacio, dándose el tiempo de abrochar el último botón de su camisa con paciencia. El peli-negro mantuvo su posición y sus ojos destellaban de simulada confianza. Mas la fachada se desmoronó cuando tuvo a su esposo a centímetros de sí mismo, y su sola cercanía desplomó sus hombros erguidos y su vista comenzó a merodear por los rincones de la habitación sin un patrón aparente.

     —Porque eres mi esposo, y tengo que ir contigo a este tipo de reuniones sociales. ¿Acaso lo olvidaste, JungKookie? ¿Estar tanto tiempo entre antigüedades e incluso traerlas a casa están afectando tu cabeza? —le dijo con sorna.

     Ahí estaba de nuevo el sentimiento de inferioridad, acometiendo con fuerza dentro y él y calándole hasta los huesos. La casi imperceptible y macabra sonrisa de SeokJin permanecía en su rostro, tal vez en señal de victoria o simplemente de lo mucho que disfrutaba saberse en control.

     —Es trabajo, algo de lo que tú no sabes mucho. Solo vas y te sientas en tu gran escritorio a dar órdenes.

     Ese había sido un intento precario de JungKook por manejar la situación, mas había fallado rotundamente. SeokJin lo sabía: el único objetivo de esa pobre confrontación era no darle el gusto de tener la última palabra.

     —No hables de lo que desconoces, JungKook, solo te hace ver cómo un idiota. Y quiero creer que mi esposo no ha perdido su magnífico cerebro todavía —ironizó SeokJin, consciente de que su esposo había encontrado el insulto en ese engañoso halago.

     Finalmente, sin ánimos de continuar esa tediosa conversación, JungKook le cedió su silencio al mayor, quien, con una última sonrisa soberbia, se marchó de la residencia sin decir nada más.

     Una vez solo, el peli-negro bufó, harto de esa actitud arrogante con la que se veía obligado a vivir. Pero ¿qué podía hacer él al respecto? Nada más no fastidiar a SeokJin lo suficiente para que lo eche a la calle, sin nada.

     Con rabia se quitó el anillo que rodeaba su anular. Era un precioso aro, pero detestaba aquella joya con todas sus fuerzas. Únicamente lo usaba cuando el rubio estaba con él; de ahí en más fingía ser un hombre libre muy cerrado a sus propios asuntos como para interesarse en alguien.

     Y eso quería ser una vez pudiera huir del matrimonio en el que estaba estancado.

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     Sonrisas hipócritas, veneno en las bocas; estrechez de manos, puñales en la espalda. Esas reuniones tenían mucho de eso; estaban repletas de máscaras.

     —JungKookie, ¿recuerdas a la señora An? Ella fue nuestra mejor socia. Con ella gané la mayoría de las acciones. —El rubio le presentaba a JungKook una mujer de unos cincuenta años, con quien había hecho negocios en un pasado.

Páginas Perdidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora