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     «Gracias por el autógrafo, Vante. Comenzaré a leer sus demás libros y de seguro me van a encantar.»

     TaeHyung leyó el mensaje que había llegado a su correo electrónico y sonrió. Sí, se permitió sonreírle a la pantalla como nunca antes lo había hecho. Dio una vuelta en la silla giratoria donde estaba sentado, tomando el tiempo necesario para pensar en la estupidez que había hecho el día que vio a JungKook.

     Fue una víctima de su propio nerviosismo, ya que hacía mucho tiempo que no veía al mayor. Fingir no reconocerlo lo había vuelto prisionero de la culpa y el remordimiento, y no había estado tranquilo desde aquella vez. 

     «Inmaduro», se dijo a sí mismo. Tal y como había hecho en la escuela, lo dejó ir por no poder romper su silencio. Era una condena que se le enredara la lengua para decirle lo que sentía, y prefería observarlo desde la seguridad de los casilleros mientras él disfrutaba de otros brazos. Tan tonto como siempre.

     Pero eso ya era parte de su pasado. La escuela había terminado, y con ello había cerrado un ciclo para comenzar otro.

     JungKook, a kilómetros, veía su mensaje simple figurar en la pantalla de su móvil. Estaba en Stochos, haciendo algo por su mañana libre y no desperdiciarla en la cama, pensando en cosas innecesarias que se veían venir. 

     ¿Por qué era tan abrumador el sentimiento de la pérdida de alguien que nunca fue suyo?

     La pregunta quedó en el aire. JungKook no tenía ánimos de seguir martirizándose después de haberlo hecho durante días, y menos en Stochos. Había ido a su trabajo para distraerse, y eso tenía que hacer. Detuvo forzosamente a sus embargadoras y sufridas emociones que tantos problemas le habían ocasionado a lo largo de su vida, y fue entonces que pudo concentrarse en lo que estaba haciendo.

     Lalisa hacía de guía a un grupo de visitantes, mientras que HoSeok atendía la fila de personas que esperaban por un boleto. Sonrió al ver lo bien que iba Stochos, pesando en lo orgullosa que hubiera estado su madre. A veces, como en esa mañana, agradecía que ella no estuviese presente para ver el total fracaso en el que se había convertido su vida. Menos mal ella nunca supo que el hombre al que le dio su bendición se había transformado en la maldición viviente de su hijo. Causarle tal agobio a su madre no se lo habría perdonado jamás.

     La fila mediana de la recepción fue acortándose al pasar los minutos hasta que solo quedó una pareja por ser atendida. Captó su vista entonces el movimiento de la mano izquierda de HoSeok, que se alargaba para tomar una galleta y llevársela a la boca. JungKook, disimuladamente, se acercó para verificar algo. Vio que el pelirrojo había llevado un termo y una pequeña lonchera, lo que significaba que no había desayunado.

     El mayor esperó a que HoSeok terminara de atender a la pareja, y una vez libre, le habló.

     —HoSeok-ah, ve a desayunar, por favor. Yo me encargo.

     La indecisión afloró en los ojos de su amigo, dudando sobre si hacer caso o resistir hasta el almuerzo para cumplir con sus labores. Sin embargo, su estómago le ganó y asintió en respuesta, tomó su lonchera y termo y fue hasta los vestidores para comer en paz. El peli-negro tomó su lugar sin problemas y esperó pacientemente, sentado.

     Los minutos transcurrieron con una lentitud única, propicia que su mente se colmara de pensamientos innecesarios que el peli-negro se había esforzado en ignorar toda la mañana. Estaba tan agotado.

     Entre sus pensamientos había un tenue destello, siendo eso lo único que mantenía la balanza en un peligroso equilibrio. Se decía a sí mismo que TaeHyung podía haberlo olvidado desde la preparatoria, lo que sería normal, simplemente podría no haber reconocido su rostro la primera vez, pero con el tiempo llegaría a recordarlo. La parte complicada sería volver a verlo y con qué excusa, pues aparecer frente a su casa por segunda vez no era una opción viable.

Páginas Perdidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora