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     Los días habían sido felices para JungKook. Su trabajo en la escuela marchaba bien y sus alumnos comenzaban a tenerle cariño. SeokJin era como un fantasma, y eso era bueno para sus asuntos; no lo quería cerca de su nueva vida.

     Por su parte, TaeHyung...

     TaeHyung. JungKook quiso saber algo de por qué había faltado ese día, pero él se negó a responderle.

     El chico era reservado, lo sabía, por eso fue que no insistió. Además, estaba casi seguro de que se había ausentado por alguna trivialidad.

     Fuera de ello, todo parecía ir de maravilla; demasiado para ser verdad. Sin embargo, no dejaría que ese mal presentimiento arruinara su felicidad, por más momentánea que fuese.

     JungKook sacó un libro para repasar una última vez la clase que daría a sus alumnos, intentando grabar algunos puntos claves para el desarrollo del tema. Le encantaba dictar historia, le encantaba ver los ojos curiosos que atendían cuando les contaba, como a niños pequeños, cómo sucedieron las cosas que marcaron el futuro de las nuevas generaciones.

     La sensación era encantadora. Se le ponía la piel de gallina hasta a él cuando narraba una guerra, una pérdida o una victoria. Era algo que no podía explicar con palabras.

     Con una sonrisa, cerró el libro y hundió su mano en el bolsillo derecho de su pantalón. El Harpe yacía ahí, oculto al resto y en reposo, como la mayor parte de los días.

     A veces el aburrimiento es el combustible de grandes ideas. En ese caso, a JungKook le llegó un pensamiento a la mente: ¿Se podía crear más realidades o mundos dependiendo de a qué tiempo iba?

     Tomó una hoja en blanco de un cuaderno de notas y sostuvo un lápiz en su mano. Trazó dos círculos pequeños y los enumeró.

     —Bien. Si este es mi mundo... —susurraba para sí, a la vez que mordisqueaba un poco la cabeza del lápiz— y al ir en mis épocas de estudiante se creó este otro... Si escojo otro tiempo ¿se creará un tercer mundo?

     JungKook pensó en ello unos instantes. Los estudiantes conversaban, comían y jugaban en algún lugar del patio, mientras que el aula vacía le regalaba al maestro la soledad y el silencio necesarios para analizar algo que probablemente no tenía una explicación lógica.

     Aun así, con la poca información que hasta el momento tenía, podía deducir que su teoría era cierta, ya que su pequeño secreto no había afectado en nada su realidad. Entonces concluyó que la cantidad de realidades que podía crear eran infinitas. Cada pequeña decisión que tomase, cambiaba el curso de su vida por completo. Era como estar en un videojuego con el número de vidas ilimitadas: Demasiado fácil. ¿Cómo llegó a parar el Harpe en sus manos? ¿A quién le habría pertenecido y para qué lo usaría?

     Demasiadas preguntas para una piedra tallada.

     Arrugó la hoja y la metió en su maletín. Pensó en su madre. Un cáncer no se podía evitar. Incluso si la llevaba antes a un médico, no era cien por ciento seguro el que pudiera alargar la vida de su progenitora.

     Y si lo hacía, ella se ocuparía de Stochos. No conocería a YoonGi, ni a HoSeok ni a Lalisa. Pero era su madre, y tenía que intentarlo. Si en algún mundo podía tenerla con vida, valía la pena perder lo demás. Solo tenía que esperar y convencerla de ir al hospital o sería demasiado tarde, de nuevo. JungKook no se sentía capaz de siquiera pensar en atravesar ese dolor de nuevo.

     Su realidad le dio un golpe frío cuando, en medio de su fantasía, el bullicio de las pláticas aún inconclusas de sus alumnos y el chirrido de las carpetas llenó el salón. Se dio cuenta que su madre ya no estaba, así había sido por varios años. No había chance ni oportunidad alguna de traerla a la vida de nuevo, y él lo había superado.

Páginas Perdidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora