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     El agudo suplicio de la pérdida de su hijo corroía su capacidad de conciliar el sueño y su discernimiento. La posibilidad de volver a ver a DanGun era lo único que abarcaba su mente, y sabía que podía, era capaz de tener a su muchacho con vida nuevamente.

     Su endeble existencia como humano era un riesgo constante con el que tenía que lidiar a cada instante. El trascendente deber que se le había encargado y que solo él tenía que cumplir se veía en riesgo por su pusilanimidad hacia las cosas terrenales.

     El gran padre le había advertido acerca de los lazos con mortales, sin embargo, la petulancia y la soberbia no le permitieron acatar los preceptos que le había impuesto Hwanin. 

     DanGun era el fruto de su más grande amor con una mujer que rápidamente se convirtió en el motivo por el que se despertaba cada mañana. La amó como nunca pensó poder, y ese mismo amor que tanto le profesaba fue el que le puso fin a sus días, dejándolo al cuidado de su pequeño hijo.

     El costo de su pecado se pagó con la muerte de su adorada florecilla y con su mortalidad; pero DanGun pudo vivir.

     El sacrificio de su amada y el indulto hacia su bebé había sido la misericordia de su padre manifestándose; su ira se desató contra él. La muerte ya no le sería escapatoria, jamás conocería el ocaso de la vida ni el descanso eterno hasta que alguien decidiera convertir un amanecer en el último que vería sobre la faz de la tierra. Lo que corría por sus venas se convirtió en icor, la sangre de los dioses que rebosaba ambrosía, tan adictivo como mortal para un simple humano. Pero no para él, para él solo se trataría de un martirio que le haría tocar con la punta de sus dedos el Tártaro, la muerte lo miraría a los ojos, mas no llegaría a él. Ese fue el coste por DanGun, y lo había perdido.

     Su miseria sería perpetua, si no fuera por tan poderosa arma que sostenía entre sus manos y a la que le estaba entregando todas sus esperanzas.

     —Stigmés, ópos o chrónos, eínai fevgaléa.

     Después de tantos años bajo esa maldición, infirió haber aprendido a perder y ver morir personas valiosas todos los días. No obstante, sintió cómo el cielo se le caía a pedazos en el momento que descubrió el inanimado cuerpo de DanGun tumbado en el despiadado suelo del campo de batalla. Estaba dispuesto a lidiar con otra condena a fin de ver a su hijo de nuevo.

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     —Profesor.

      JungKook salió de su trance al escuchar el llamado de una niña que estaba de pie frente a él. Echó un vistazo alrededor y se percató de que estaba en la escuela. Carraspeó para aclarar su voz y contestó.

     —¿Sí?

     —Profesor, un alumno de secundaria lo está buscando.

     El peli-negro asintió, agradeciéndole a la niña por avisarle. Ella volvió a su asiento y la clase volvió su atención hacia su maestro.

     —Realicen los primeros cinco ejercicios en silencio —indicó.

     Se levantó de su pupitre y salió del aula, curioso por saber por qué un alumno de grados superiores quería hablar con él. Al abrir la puerta y ver al estudiante, pudo comprender un poco la situación.

     —Buenos días. ¿Qué necesitas? —preguntó JungKook.

     El muchacho no parecía haberlo reconocido. Era uno del grupo que se encargaba de molestar a Kang TaeHyun, no lo había visto participar directamente de las bravatas en contra de su alumno, pero bastaba con estar presente y no hacer nada por impedir los abusos para ser igual de culpable.

Páginas Perdidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora