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     —¿Cuándo nos mostrará pedido que llegó la semana pasada? —interrogó Lalisa.

     JungKook frunció su ceño, intentando encontrar en sus recuerdos alguna referencia a lo que decía su empleada y amiga. Finalmente lo recordó, y notó también que lo había olvidado en su casa, en el mismo cajón en el que lo escondió aquella noche. Se la había pasado más sumido en discutir con SeokJin, tanto que olvidó por completo la existencia del Harpe.

     —Supongo que mañana —respondió el peli-negro e intentó cambiar de tema.

     Su día continuó como si nada, pero tenía el miedo latente de que SeokJin encontrara aquel objeto y haga algo con él. Esperaba que su esposo hiciera uso de la poca madurez que tenía y que, si lo encontraba, lo dejara en el mismo lugar de siempre y no hiciera algo que perjudicara su trabajo. Porque en ese punto, ya no sabía de lo que era capaz ese hombre.

     HoSeok miraba a JungKook medio preocupado. Su jefe siempre había sido muy alegre, a pesar de sus constantes problemas maritales. Nunca se había metido mucho en su vida, pero se angustiaba al saber que todo su dolor lo ocultaba, y peor aún, que no pedía el divorcio. Desconocía las causas, pero JungKook no era del tipo de personas que soportaría a alguien; de buenas a primeras lo alejaría, así que debía tener sus razones, y esas debían pesar.

     Decidió no pensar en eso, y mucho menos interferir, por lo que pasó su día como cualquier otro sin mencionar una sola palabra sobre el notorio descontento que cargaba JungKook.

     El día pasó rápido. El peli-negro había ignorado todos sus problemas internos como solía hacerlo, aunque cada día se volvía un poco más difícil de ocultar. Después de cerrar el local, JungKook fue como una bala para su casa, saliendo de Stochos apenas se despidió de HoSeok y Lalisa. Recorrió el conocido camino y guardó su Mini Cooper en el garaje, donde siempre. Por suerte, SeokJin no estaba en casa aún, y eso aliviaba al menor. Era increíble cuánta paz le transmitía la ausencia de su esposo. Más tranquilo y aliviado, JungKook fue a la mesa del centro de la sala y abrió el cajón, viendo el Harpe exactamente en el mismo lugar donde lo había dejado días atrás.

     Con sumo cuidado, lo extrajo del cajón donde estuvo olvidado un tiempo y lo contempló mientras tomaba asiento en el sofá. Nunca se cansaría de decir que era hermoso. Intentaba encontrarle una falla en el tallado, pero no hallaba ninguna. Incluso era poco creíble, a primera vista, el hecho de que fuera tan antiguo como en realidad era.

     El pantalón de vestir, los zapatos y la camisa estaban matándolo. Desabrochó su camisa y se la quitó, dejando el Harpe a un lado. Sus zapatos aterrizaron en algún rincón de la alfombra junto con su cinturón. De verdad eran una molestia.

     Su teléfono emitió un corto sonido que indicaba una nueva notificación. Algo confundido por el desconocido timbre —porque no era el de un mensaje de texto—, sacó su celular del bolsillo y desbloqueó el aparato. Leyó lo que ponía en la pantalla y no pudo evitar su sorpresa.

«¿Réplica del Harpe de Crono? Utilidades.»

     ¿Había gente lo suficientemente estúpida como para siquiera creer que los dioses griegos existieron? O tal vez eran simplemente más datos sobre el dios y su arma. Por curiosidad, entró a la página. Asumió que, como sus últimas búsquedas estaban relacionadas a mitología, su celular le envió la notificación por si le interesaba. Celulares inteligentes, se retractaba de los insultos lanzados al pobre móvil.

«La información que contiene esta página no es compatible con su teléfono y puede causar daño en el software.»

Páginas Perdidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora