O33

869 138 42
                                    

     La noche había caído sobre el pequeño pueblo de Busán. Las miles de estrellas habían reclamado del cielo, y el acto principal, por supuesto, se lo robó la preciosa luna. Casi cariñosamente, las nubes ligeras se mezclaban con el fondo azul, escondiéndose de miradas fugaces y desnudándose ante los ojos atentos que sabían reconocer su belleza.

     JungKook y TaeHyung eran algunos de los que apreciaban el cielo esa noche. HyoRi, después de penalizar al par haciéndolos ayudar en las tareas domésticas por haber faltado a clases, invitó al castaño a quedarse a dormir. Consciente o inconscientemente, JungKook sabía que era una forma de distraerlo y evitar una situación como la de esa mañana.

     Sabía, también, que, pese a que ella no era una madre complaciente, odiaba las discusiones más que a nada, sobre todo si era con alguien de su familia y en especial JungKook. Probablemente la mujer había llorado un poco en su habitación con la excusa de dejarlo a solas con TaeHyung, pero el peli-negro sabía que necesitaba su espacio y que la escena que había armado en la cocina era la causante.

     Se sentía muy mal consigo mismo, por no poder explicarle, por no encontrar la forma de decirle que su estado era peor de lo que se imaginaba y no estaba siendo un idiota con ella; que no quería herirla, sino salvarla. Tras la separación de su padre, HyoRi se había vuelto muy susceptible al estrés y pendencias.

     La cabeza de TaeHyung sobre sus muslos había comenzado a cortar la circulación en su pierna derecha. Se removió un poco para acomodarse, pero el castaño prefirió levantarse y sentarse a su lado, frente a la pequeña ventana junto a la cama del mayor.

     La casa estaba sumida en un silencio profundo y acogedor, un espacio libre para que sus pensamientos anduviesen a gusto y dieran cabida a sus emociones. Quizás ambos jóvenes tenían la mente ocupada en cosas muy distintas la una de la otra, pero la compañía era grata, incluso si era muda.

     JungKook se veía angustiado, y TaeHyung lo entendía sin necesidad de conocer exactamente la situación. Madre e hijo habían intentado fingir que la pequeña discusión nunca pasó, pero el peli-negro era terrible ocultando su preocupación y un muy mal mentiroso. Si no podía llegar a su corazón, podía alcanzar su mano. Con paciencia y delicadeza acarició sus yemas frías hasta entrelazarla por completo con la suya.

     El mayor reaccionó al contacto, posando sus cristalinos ojos negros sobre las pupilas dilatadas de TaeHyung que trataban de cubrir sus irises marrones. El castaño había apreciado a ese joven desde lejos demasiadas veces como para decir una cifra exacta, pero nunca así, con la luz de la luna iluminando su rostro y dejando expuesta cada efélide que adornaba sus mejillas y las imperfecciones de su piel que nunca había considerado tan perfectas.

     La nimia mirada de TaeHyung estaba poniendo nervioso al peli-negro. La ansiedad que sentía se había esfumado ante esos ojos pardos que, repentinamente, se habían posado en sus labios. El castaño pensó que el diminuto lunar bajo su labio se veía realmente hermoso bajo la iluminación nocturna.

     JungKook comenzaba a entender el precio de querer a TaeHyung. Comprendió que tal vez jamás lo tendría así, a su lado, con la mirada en el cielo y la mano enlazada a la suya, con el corazón fundido. Se dio cuenta de lo costoso que resultaría para su corazón abrirle las puertas; pero estaba dispuesto a pagar con su alma solo por un segundo de su cariño.

     —JungKookie.

     —Dime.

     —Te quiero. De verdad te quiero.

     «Yo también», respondió en su mente y con los labios sellados, sonriéndole al chico que no esperaba una contestación en realidad.

Páginas Perdidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora