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     JungKook observó su reflejo en la pantalla de su celular. Sus hinchados ojos por el reciente sueño le arrancaron una sonrisa indebida, así como sus mejillas enrojecidas. Dejó el aparato sobre la mesa y suspiró, recostando su cabeza en el respaldar de la silla.

     Los recuerdos de la mañana anterior asaltaban su calma como pequeños traviesos, dejando estragos en su vientre que se retorcía ante la evocación de tan maravillosa experiencia. Aún no lo asimilaba.

     Dentro de sí fluía una extraña mescolanza de emociones de las que solo podía identificar algunas. La culpa era una de ellas, pero ¿no es lo prohibido el secreto de los mayores placeres de la vida? El deseo como llave hacia la experiencia y el remordimiento como una penitencia ineludible de sus bajas pasiones.

     Su reciente sueño de seis horas difícilmente conciliado, no obstante, no le dejaba pensar con claridad y el peso de sus acciones todavía no recaía con fuerza sobre sus hombros.

     El peli-negro se puso de pie y caminó hasta el pequeño baño que tenía Stochos para lavarse el rostro. En el camino alisó su camisa levemente ajada por haberla dejado guardada todo el día en su armario; sus pantalones tuvo que cambiarlos. Él no era consciente, pero su diferente apariencia no pasó desapercibida para Lalisa que lo vio esconderse tras la puerta del cubículo. Se preguntaba qué le sucedía a su jefe y si era algo importante.

     Una vez dentro, JungKook se detuvo a contemplar su reflejo con mayor detalle. La camisa que traía puesta estaba más llena de arrugas de las que había notado y su pantalón de mezclilla convertía el conjunto en algo mucho más informal, contrario al pantalón negro de vestir que llevaba hacía unos minutos, aunque, claro, nadie podría imaginar que llevaba casi un día completo fuera de esa oficina.

     Humedeció su rostro con agua del grifo y se dio un par de palmadas en el rostro. Debía poner los pies en la tierra; su mundo. Sus pestañas que estaba seguro había rizado antes de ir a Stochos esa mañana estaban caídas y no quedaba ni rastros de la sombra marrón que se había colocado en los párpados. Su cabello era un desastre, nada parecido a lo bien peinado y brillante que solía verse. Había un botón de más que no logró abrochar y olía literalmente a alguien que acaba de despertarse. Debió haberse duchado antes de regresar.

     Una mancha rojiza sobre su clavícula llamó su atención. Corrió un poco la tela de su camisa y descubrió que su pecho estaba lleno de esas marcas. Esas eran las huellas que TaeHyung se había encargado de dejar sobre su piel blanquecina y un recordatorio de esa mañana pasional que danzaría en sus memorias durante mucho tiempo. No pudo evitar acariciarlas con dulzura al mismo tiempo que la nostalgia invadía su semblante humedecido.

     Después de que TaeHyung regresara a su casa, JungKook había tenido mucho tiempo para procesar lo que acaba de suceder y finalmente tomar una decisión. Su madre llegó horas después y todo transcurrió de forma casual. El peli-negro llegó a la conclusión que lo mejor era dejar de engañarse. No podía hacerlo para siempre. El "buenas noches" de su madre y el beso en su frente que dejó con cariño calaron en sus más profundos recuerdos.

     Era momento de dejarla ir, por ella y por sí mismo.

     Se había despedido en silencio de TaeHyung, rogándole a la noche que le permitiera al muchacho pensar en él, aunque sea un poco.

     JungKook trató de acomodar su imagen y recomponerse del dolor agudo que se instaló en su pecho. Sabía que estaba haciendo lo correcto y tenía otras cosas de las que ocuparse.

     A pasos largos, el peli-negro regresó a su oficina y buscó en su teléfono el número de Kwan DoYun. Tomó aire y sintió su corazón acelerarse cuando el tono de espera comenzó a reproducirse.

Páginas Perdidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora