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     El deseo y la necesidad camuflada bajo una corteza de nostalgia, acarreó a JungKook a Tierra 2, como había comenzado a llamarla. JungKook sabía que tarde o temprano dejaría de hacer esos viajes que no hacían más que alimentar una fantasía que iba a romperse en algún momento, y esperaba hacerlo más temprano que tarde.

     Las sábanas de su antigua habitación estaban tibias, tanto como para no querer despegarse de ellas en todo el día, ni siquiera para ir a la escuela. No tenía que hacerlo, en realidad, pero su madre no dejaría que falte un día sin una buena excusa.

     —¡JungKook, cariño, date prisa!

     El llamado de su madre resonó en su habitación; era lo suficientemente fuerte como para haber despertado a todo el vecindario, o al menos así se sentía a las siete de la mañana. El peli-negro revolvió su cabellera y talló sus ojos con pereza, quedándose algunos segundos perdido en la nada y pensando en todo.

     No iría a la escuela, no iba a hacerlo. Se arropó nuevamente con las frazadas, cubriéndose hasta la cabeza y trató de conciliar el sueño una vez más.

     Estaba irritado, y no tenía nada que ver con la hora, sino más bien con el hecho de tener que desperdiciar el preciado tiempo yendo a la escuela cuando debía estar con su madre, disfrutando la oportunidad que le había regalado la vida de verla y sentirla de nuevo.

     Los pasos de HyoRi comenzaron a escucharse más cercanos y, a medida que avanzaba, JungKook trató de pensar en una excusa para faltar a clases. Fingir enfermedad siempre funcionaba. Bajo sus cómodas cobijas, se acomodó en posición fetal y puso una cara de sufrimiento.

     Para cuando la puerta de la habitación se abrió, el peli-negro ya había puesto en marcha su número.

     —JungKook, ¿qué haces todavía echado? Vamos, levántate.

     Éste emitió un gemido lastimero, como si apenas se hubiera despertado, y se revolvió en la cama, frotando sus sienes.

     —¿Qué... Qué hora es? —preguntó, somnoliento y con una expresión adolorida.

     La mirada de su madre se ablandó un poco, sin creer del todo la escena. Sus ojos obscuros lo analizaron una vez más y JungKook rogó no ser descubierto.

     —Diez para las ocho y ni siquiera has entrado a la ducha. Apúrate o vas a llegar tarde —dijo la mujer.

     —Mamá... —balbuceó el menor—. Me duele mucho la cabeza, no me siento bien.

     HyoRi se acercó a su hijo, ya un poco preocupada por el estado del chico, y se sentó en la orilla de la cama para palpar su frente.

     Su tacto se sintió puro y cariñoso, tal y como JungKook lo recordaba. Cerró los ojos y disfrutó de ese pequeño roce. Cada momento junto a ella era un recuerdo y un agradecimiento; un souvenir de los viajes a sus anhelos y la cura de su más grande pérdida.

     Su madre, ajena a los pensamientos de JungKook, terminó de examinarlo y le acarició la cabeza.

     —No parece que tengas fiebre —habló—. ¿Te duele algo más aparte de la cabeza? —El peli-negro negó—. Está bien, no vayas a clases hoy y descansa un par de horas más. Luego te llamaré para que me ayudes porque no te quedarás a holgazanear.

     Dicha la sentencia, HyoRi salió del cuarto de su hijo rumbo a la sala de su hogar, sonriendo ante el pequeño berrinche de su niño; no había logrado engañarla. Repentinamente, la atacó un dolor en su vientre bajo, lo que la obligó a recostarse en la puerta de la habitación de la que había salido. Una vez recuperada y sin tomarle real importancia, siguió caminando.

Páginas Perdidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora