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     Aquel efímero instante, un simple fragmento de segundo, bastó para que SeokJin se perdiera en un viaje a tiempos y lugares desconocidos. Y en ese preciso momento, JungKook comprendió muchas cosas. Por ejemplo, se dio cuenta de que jamás podría desentrañar por completo la complejidad de Kim SeokJin, su esposo.

     Conocía los fantasmas del pasado que lo perseguían, y al decidir casarse con él, había abrazado cada una de sus cicatrices. Sin embargo, nunca llegó a conocerlo tanto como deseaba. Tal vez el tiempo no fue su aliado, ni quiso serlo, pero ¿acaso eso importaba? ¿Era realmente posible conocer a alguien en su totalidad?

     En el fondo, JungKook se preguntaba si era posible descifrar todos los misterios de un alma, por más cercana que fuera. SeokJin, con su mirada perdida en el infinito, parecía un enigma eterno, una constelación de secretos que él apenas había comenzado a explorar. Y así, mientras lo observaba, entendió que el amor verdadero no siempre es comprender completamente al otro, sino aceptar y amar incluso aquello que no podemos entender.

     Entonces giró su rostro un poco, lo suficiente para poder ver el perfil del hombre que estaba seguro de amar tanto que su corazón dolía. A él, que su sola existencia lo había impulsado a tomar la decisión que había estado evitando y lo empujaba al límite de sus capacidades; a él que había desenterrado la fuerza que yacía dormida dentro de su ser. Kim TaeHyung era el hombre que amaba y por el que estaba dispuesto a arriesgarlo todo.

     SeokJin no demoró en salir de su trance y JungKook sintió una corriente helada subir de su columna hasta su nuca. En el rostro del castaño también podía ver el temor y el desconcierto, pero no podía actuar más rápido de lo que podía sentir. El tiempo parecía congelado y todo lo que podía hacer era despegar sus ojos de TaeHyung para observar a su esposo, esperando encontrarse con respuestas y no con más odio.

     Oh, qué iluso. SeokJin tenía una mirada más feroz que la anterior.

     —¿Seok...? ¿SeokJin?

     La voz de JungKook se perdió en el sonido del claxon que otra vez se hacía presente desde afuera. A pesar del ruido, ninguno le prestaba atención.

     —Kim SeokJin-ssi —murmuró TaeHyung, moviéndose con suma cautela hacia el frente y con la vista fija en el Harpe que el rubio empuñaba fuertemente. 

     Park JiMin seguía de pie a las afueras de la cocina, consternado aún por lo que acaba de presenciar, sin entender la magnitud del asunto. Estaba en un limbo de incerteza, preguntándose si lo que sus ojos acababan de ver era un delirio o algo real.

     Un tercer llamado se oyó desde la calle y era claro que alguien estaba afuera de la casa, de su casa. Pero JungKook no podía moverse, no dejando a TaeHyung y JiMin junto a SeokJin en ese estado. 

     —Mierda... —habló por fin el rubio, sujetando su cabeza en clara respuesta al dolor—. De verdad lo hiciste —dijo, levantando su mirada hacia su esposo.

     JungKook no entendía por qué SeokJin lo miraba con tanta decepción.

     —¿De qué estás hablando? —inquirió—. Seok, no sé qué viste, pero nada de eso es real. Tenías razón, es brujería, yo... —Al menor se le quebró la voz—. Yo estaba desesperado y no pensé con claridad. Esa cosa está maldita, te hace alucinar...

     —¡Mentira! —gritó el mayor entre dientes. Sus ojos se tiñeron de rojo, al igual que su rostro—. Mentira. Me sigues mintiendo.

     TaeHyung había estado muy cerca de quitarle el Harpe cuando SeokJin se alejó bruscamente hasta el lado del grifo donde estaban los utensilios.

Páginas Perdidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora