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Asi como la sangre tenía un peculiar olor a hierro, el agua poseía una especie de aroma, aunque Olivia aun no lograba descifrarlo con exactitud.

Era curioso, podía percibir hasta las moléculas de H2o contenidas en el aire que respiraba, pero llevaba semanas sin lograr manipularlas. No era capaz ni siquiera de mover a voluntad una gota de lluvia por mas que se esforzara.

A eso se debía que llevara casi media hora observando un vaso de cristal lleno de agua, ubicado a un par de metros de distancia. Algunas gotas de sudor ya comenzaban a perlarle la frente pero el maldito liquido continuaba apacible como un lago.

Aspen, que la observaba desde lejos, vio su figura de reloj de arena de pie en medio del patio de armas, luciendo un elaborado vestido rojo con símbolos thauri bordados en el corse. Lady Olympia habia dicho que el embarazo ya debía estar cursando al menos el tercer mes y quizás era porque él llevaba dias sin verla, pero en ese momento notó que su abdomen comenzaba a abultarse y le pareció la cosa mas increíble del mundo pensar que una parte de él realmente estaba creciendo dentro de ella.

Aquello fue un rayo de esperanza. No podías odiar a alguien mientras su amor literalmente florecía en tu interior ¿Verdad? Se preguntó, acercándose. Claro que sus ingenuas esperanzas pasaron a segundo plano cuando en su camino hacia la Reina se percató de las aves e insectos muertos que destacaban sobre el cesped.

Pues habia al menos media docena de tórtolas, un trio de ardillas y multiple insectos muertos sobre su propio charco de sangre.

—Olivia —la llamó, sin apartar los ojos verdes de la escena. Sin embargo ella no dio señales de estarlo escuchando, así que se acercó mas—. Mi Reina ¿Estas bien? —preguntó con tono de alarma. 

Y buscó algún destello en sus ojos negros, pero ella tenia la mirada fija en el vaso y era como si su consciencia se hubiera marchado a otro lugar. Un nuevo pájaro cayó del cielo en ese instante, provocando un golpe seco al impactar contra el césped.

—¡Olivia! —Aspen se tomó la libertad de sujetarla por el antebrazo y sacudirla con suavidad.

Pero eso tampoco dio resultado. Entonces decidió caminar hasta la zona en donde se encontraba el vaso y en cuestión de segundos, derramó todo su contenido en el suelo.

—¿Que... ¡No! —exclamó ella, volviendo en sí de repente— ¿Qué crees que estas haciendo?

Sus pupilas, frías como nevada de invierno, parecieron llenas de rabia.

—¿Estas bien? —insistió el Rey. 

—¿Por qué no habría de estarlo? —respondió con el ceño fruncido.

—Parecias perdida, como si tu cuerpo estuviera aqui pero tu alma no —explicó, acortando la distancia entre ambos.

Olivia hizo una mueca.

—¿Mi alma? —preguntó, burlesca—. Solo estaba concentrada, Aspen.

—Demasiado concentrada en mi opinión —señaló, observando el caos que los rodeaba.

¡Mierda! Pensó ella, al darse cuenta de los cadaveres que su intento de controlar el agua habia dejado. Despues de todo, su padre tenía razón cuando le dijo que el poder siempre va hacia alguna parte. Es como un flujo o corriente que no se detiene hasta aniquilar algo, incluso si ese algo, eres tú mismo. 

—Espero que el motivo de tu presencia aquí sea una urgencia enorme—soltó, ignorando los cadaveres para regresar su atención a Aspen.

El frunció el ceño.

—No hay ninguna urgencia. Como ya estoy de regreso, solo quería ver...

—Eso no es parte de nuestro trato —lo interrumpió, seria—. Y no quiero verte.

Espinas de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora