19|

62 8 2
                                    


—¿Nada? ¿De nuevo?

Lady Avaluna Rusell se inclinó sobre la mesa para destapar la bandeja en la que el cocinero había servido acomedidamente el desayuno de Will. Observó los huevos a los que todavía se le escapaban hiladas de humo, el pan, el queso y también todas las frutas que se encontraban intactas. Pues el guerrero Thauri, no se había molestado en darle ni siquiera un sorbo a su taza de café.

—Dijo que no tiene hambre —explicó Parker, con las manos cruzadas en la espalda y la postura erguida de un soldado.

Uno que acababa de fallar en su misión.

Avaluna, con el cabello oscuro cayendo en cascada sobre sus hombros, exhaló un suspiro que pareció llevarse consigo el peso de los últimos días. La luz del amanecer se filtraba a través de las ventanas, bañando la habitación con tonos dorados y naranjas, pero ni siquiera la belleza del día podía disipar la sombra que se cernía sobre ellos.

—Igual que ayer —dijo, masajeándose el cuello.

El silencio se apoderó de la sala, roto solo por el suave balanceo del barco y el distante grito de las gaviotas. Casi tres días habían pasado desde que el grupo se dividió en medio del ataque de los Nightkort, y aunque ellos lograron volver al barco en una pieza, ni Olivia ni el príncipe Arkyn daban todavía señales de vida.

Aun así, los estaban esperando, pese a las protestas de la Princesa, quien se encontraba desesperada por zarpar hacia Bazarat, o como ella misma había dicho: Hacia su destino.

—Además —la voz de Parker volvió a llenar la estancia, más suave esta vez—. Lord Blackwood pidió que por favor...

—No lo molesten. Lo sé —acotó Avaluna, ya de regreso en su asiento.

Esa mañana, a lo largo de la pequeña mesa de madera que usaban para desayunar, solo se encontraban presentes la Reina madre, una de sus doncellas y la Princesa Antonia, que con la mirada perdida en el horizonte, apenas escuchaba las palabras del niño Thauri.

Ella no había visto a Will ni una sola vez desde su regreso al barco. Pues aunque sabía que estaba herido, le dijeron que no era nada de gravedad, sin embargo; le resultaba extraño que el guerrero no anduviera por ahí, jactándose de su belleza, como era costumbre.

Sin decir nada, se levantó de su asiento y se dirigió al pasillo que conducía a los camarotes. La puerta de madera tallada que correspondía a la habitación de su antiguo guardia, se encontraba cerrada con seguro, por lo que tuvo que tocar en al menos tres ocasiones, antes de escuchar una respuesta.

—Ava, déjame en paz —había dicho el guerrero, en un gruñido mas bien hosco.

—Soy yo —le contestó ella, en un tono tan suave que sus palabras casi quedaron catapultadas por el sonido de las olas y las gaviotas en la lejanía.

Will levantó, al fin, la cabeza y fijó los ojos en la puerta. Reconocería su melodiosa voz en menos de una instante. ¿Cuántos días llevaba sin verla? ¿Cinco? Tal vez seis, si tenia en cuenta que la ultima vez que estuvieron frente a frente, fue cuando él abandonó el barco para ir a Okthon.

—No quiero ver nadie ahora —dijo tras varios segundos de silencio y pudo imaginarse a la perfección los labios de Antonia formando una O, su ceño fruncido y la chispa de indignación en su mirada.

—¿Nadie? —repitió ella—. Yo no soy nadie, le recuerdo que soy su Princesa. ¡Y le ordeno que abra la puerta ahora mismo! —exigió, cruzando los brazos sobre el pecho.

En los labios de Will pareció asomarse por un instante una sonrisa. Por supuesto que ella no era nadie. Ella era todo, todo lo que estaba a punto de perder y ese no era un tema del que le apeteciera hablar en ese momento. Aun así, se levantó del suelo y se acercó a la puerta muy despacio, solo para sentirla más cerca.

Espinas de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora