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El agua salada golpeó al príncipe con tanta fuerza como para quemarle la piel, intentó salir a la superficie pero una nueva ola le cubrió la cabeza obligándolo a luchar por cada bocanada de aire. Sus sentidos se nublaron por un momento bajo la furia del tumultuoso mar, y cuando emergió de nuevo, escuchó el sonido de su propia respiración entrecortandose.

¿De cuántos metros había sido la caída? Se preguntó, mirando hacia el cielo, donde la figura distorsionada de la bestia se alejaba cada vez mas.

Fue entonces cuando notó a Olivia que flotaba a poca distancia. Sus cabellos oscuros se ondeaban en el agua y su cuerpo inerte se mecía suavemente con la marea.

Dudó por más de un instante si debía o no rescatarla y tal vez fue por la contusión que le había dejado el golpe, pero terminó nadando hacia ella, sintiendo cada vez más la presión en sus pulmones.

Al alcanzarla, envolvió con cuidado su cuerpo inconsciente y comenzó a nadar hacia la orilla con todas sus fuerzas. Cada brazada era un esfuerzo titánico, pero se aferró a ella con determinación, negándose a rendirse ante las olas que intentaban arrastrarlos de nuevo al mar abierto.

Ya en la playa, la acomodó sobre la arena y ejerció presión sobre su pecho con ambas manos en repetidas ocasiones. Era toda una contradicción, presionaba su esternón hacia abajo en busca de que su corazón reaccionara, aún cuando en el fondo, no quería que sobreviviera.

Contempló sus párpados caídos, al igual que sus labios que comenzaban a tornarse azules y no pudo evitar pensar en el bebé.  ¿Qué tanto podía aguantar una criatura de su tamaño sin oxígeno? O más importante ¿Cuán fácil sería ascender al trono si su hermano no tenía heredero alguno?

Sus manos, frías, se alejaron del cuerpo de la Reina incluso antes de que su cerebro formulara una respuesta a todas las dudas que lo atribulaban. Miró a su alrededor. No había nada ni nadie allí para auxiliarlos. Por lo que la verdad al final sería la que emergiera de sus labios.

—En paz descanse su Majestad, la Reina —murmuró, apartando con un dedo los cabellos castaños que se adherían al rostro de Olivia a causa de la humedad.

Así, silenciada para siempre, hasta podía llegar a parecerle encantadora, meditó.

Pero entonces Olivia se incorporó con un estremecimiento, sintiendo la arena húmeda bajo sus manos temblorosas. Sus pulmones ardían a cada bocanada de aire y la tos la sacudía con fuerza. Desorientada, parpadeó varias veces mientras intentaba enfocar la vista en su entorno.

A su alrededor, el paisaje se extendía en una mezcla de luces y sombras, con el sol que comenzaba a ocultarse en el horizonte; mientras el sonido del mar rompía contra la costa.

Soltó un gemido ahogado, antes de llevarse una mano instintivamente hasta el vientre, donde el pequeño monstruo crecía dentro de ella. O bueno, los pequeños monstruos, dado que a través de su hemocinesis, consiguió identificar dos latidos cardiacos casi coordinados.

—Will... —murmuró, su voz apenas un susurro ronco.

El recuerdo de su primo volando por los aires cuando el Nightkort los arrojó de su lomo, continuaba clavado en su mente.

—Al fin despierta —soltó con desdén una voz masculina a su lado.

Y hasta ese momento la Reina reparó en que el príncipe Arkyn se encontraba allí. Los cabellos dorados aun húmedos, se le adherían a la cara, en la cual le destacaban algunos rasguños.

—¿Usted aquí? ¿En serio? —preguntó, con una mueca de asco.

—Creo que lo que debería estar haciendo es dándome las gracias por sacarla del agua —dijo él, poniéndose en pie—. En especial después de que nos llevó a morir a ese lugar.

Espinas de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora