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Podía golpearlos, meditó la Reina, con los ojos fijos sobre el par de imbeciles que se encontraban cotilleando como viejas chismosas en el pasillo. No, podía hacer algo mucho mejor que eso; como ponerlos a llorar sangre o ¿por qué no? explotarles el corazón.

Podía hacer tantas cosas y aún así, la expresión turbada en el rostro de Aspen no cambiaría. Él simplemente se había quedado ahí, quieto cual estatua en medio de un museo. ¿A caso no iba a decir nada? ¿Cómo es que una acusación tan agrave no lo hacía estallar?

—¡Majestades! —la voz de uno de los hombres rompió el silencio.

Ambos se enderezaron de inmediato en sus posiciones e hicieron la más respetuosa de las reverencias, con la esperanza de que los reyes no hubieran alcanzado a oír su indiscreta conversación.

Olivia miró a Aspen a la espera de que reaccionara. Nunca había necesitado ser rescatada por nadie, pero eso no significaba que no deseara verlo dar un paso al frente. Cómo él no se movió, le dedicó una mirada llena de rabia, antes de retomar la marcha a través del pasillo, dejándolo atrás.

William se encontraba de pie frente al espejo que destacaba en la pared del fondo del vestidor, admirando lo bien que le quedaba su armadura, cuando el reflejo de su prima ingresando a través de la puerta, con una mueca de desagrado en la cara, lo sorprendió.

—¿Viniste a halagarme antes de la pelea? —preguntó, volviéndose en su dirección con esa sonrisa arrogante que se formaba en sus labios casi por inercia.

—¿Halagarte? —Olivia elevó una ceja—. Quiero que entres ahí y destruyas a tu contrincante —le ordenó, seria—. Demuéstrales que pasa cuando se meten con nosotros.

—¿Uh? —él parpadeó, confundido—. ¿Pasa algo?

—Nunca cambiarán la forma en la que nos ven. Eso es lo que pasa.

—¿Estás bien?

—Lo estaré cuando ganes.

—Sabes que no podemos usar hemocinesis en el torneo ¿verdad? —cuestionó, acercándose a ella.

—No importa, de todas formas tú no la necesitas —aseguró, antes de dar media vuelta y marcharse por el mismo camino por el que había llegado.

¿Y si Aspen creía en los rumores? Se preguntó, masajeándose el cuello. Podían matarla bajo el cargo de adulterio y ni siquiera les importaría que en el vientre cargara a un bebé.

¡Demonios! Pese a tener los puestos que quería en el gobierno y manejar las finanzas de Kantria, era como si todo se estuviera desmoronando desde que recuperó sus recuerdos. ¿Se suponía que así se sentía el poder?

Respiró hondo y elevó el mentón, antes de salir a la plazoleta real y se sorprendió al ver que la silla de su esposo continuaba vacía.

—¡Aquí estás! —exclamó la voz de Avaluna, acercándose—. ¿Dónde te habías metido?

—Fui a ver a Will, es el próximo en saltar a la arena —explicó.

—¿No te enteraste? El próximo es su Masjestad, el Rey.

Olivia parpadeó dos veces, tomándose el tiempo de procesar las palabras que acababan de emerger de la boca de su amiga.

—¿Aspen va a pelear? ¿Con quién? —preguntó, confundida.

—Con Sir Edmund Walker. Un caballero del norte que según los rumores, nunca ha sido vencido en torneos oficiales —le contó, al tiempo que caminaban hacia al frente, acercándose más al filo de la plazoleta.

Olivia pudo ver desde allí al hombre del que hablaba Avaluna. Era el mismo tipo del pasillo, aquel que se atrevió a calumniarla. Estaba vestido con una armadura de acero marcada en distintas partes por combates de antaño.

Espinas de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora