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—¿Y? ¿Qué escuchaste sobre la reunión del consejo? —preguntó Olivia, sentada frente al tocador de madera tallada, mientras Avaluna  deslizaba el peine de plata por sus cabellos oscuros.

Sus raíces, blancas como primera nevada de invierno, ya empezaban a hacer obvios sus percances de salud. Quizás era por eso que se negaba a recibir visitas y no había abandonado su habitación en dos días enteros.

—El Rey esta molesto por el fin de los tratados comerciales con los otros reinos. Dicen que... —contestó Avaluna, mirándola a los ojos a través del reflejo en el espejo. Las palabras parecieron estancarse en su garganta.

—Habla, ¿Qué sucede? —insistió Olivia, con evidente preocupación eu su voz.

—El magistrado Saint Honor fue destituido de la tesorería esta mañana —soltó en voz baja.

La Reina parpadeó dos veces, intentando comprender la magnitud de sus palabras. En especial por el hecho de que desde su regreso al Palacio no había visto a su padre, pues él no se molesto en visitarla y ella estaba demasiado débil para ir a buscarlo.

—¿Algo más? —preguntó, enderezandose en la silla.

—Hay rumores sobre lo ocurrido con Antonia y Will, dicen que los hombres del emperador los estan buscando en cada rincón de Bazarat y también en los reinos aledaños.

—Ni siquiera están seguros de que Will esta con ella —se quejó Olivia con una mueca—. Solo quieren un culpable.

—Bueno, ambas sabemos lo sentimientos de William por...

—¿Sentimientos? —la interrumpió, exasperada—. Aun si estuviera enamorado, no creo que fuera tan estúpido como para fugarse con la futura emperatriz del imperio mas poderoso en el mundo.

Avaluna separó los labios para refutar, sin embargo, en ese momento la puerta de la habitación se abrió con suavidad y la figura alta de Alistair Saint Honor apareció en el umbral. Iba vestido con el rojo de su casa y llevaba colgada aun sobre el corazón, la insignia que lo identificaba como maestro de la moneda.

—Padre —saludó Olivia, sin moverse un centímetro.

—Si nos disculpa, Lady Rusell —carraspeó el viejo, recordándole a la doncella el camino hacia la puerta.

Avaluna se forzó a elevar los labios en una sonrisa, hizo una reverencia y entonces se marcho, dejándolos a solas.

—¿Al fin encontraste una razón para venir a verme? —preguntó Olivia, levantando la mirada y sus ojos se encontraron con los de Alistair a través del espejo.

—¿Podemos ahorrarnos todo el drama e ir directo al punto? —él se rascó la barba de forma perezosa.

—Si vienes a hablar de la tesorería...

—Vengo a hablar de como tu esposo parece haber olvidado todo lo acordado. ¿O te parece bien que el consejo se reúna en tu ausencia? ¿Y qué tomen los puestos que recibiste a cambio de perdonar la vida del príncipe Akryn?

—Me parece bien todo lo que sea a favor de Kantria, padre. Y evidentemente tú como maestro de la moneda no lo eres.

¿Qué acababa de decirle? Se preguntó el magistrado, avanzando un par de pasos más para llegar hasta el tocador.

La Reina lo vio sentarse en el borde de madera, de manera que quedaron frente a frente y sintió cómo le clavaba los ojos encima como alfileres a un muñeco de algodón. Era evidente que no daba crédito a semejante insolencia.

—Parece que estas bastante afectada por las fiebres —dijo, despacio—. Le pediré a tu madrina que aumente la dosis de Saúco. Mientras tanto, se una buena niña y recuérdale al pequeño Rey que no es quién para destituirme.

Espinas de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora