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Aquel día Antonia había optado por recogerse los cabellos dorados en un moño alto, de manera que el cuello, largo y despejado en el que lucía un collar de rubíes, quedaba a la vista de Will. Quien, tras estar casi tres horas sentado junto a ella al interior de un carruaje, no pudo contenerse más y se inclinó en su dirección para plantarle un montón de besitos en la nuca.

—Blackwood —ella soltó una risita, al tiempo que le apoyaba una mano en el pecho en un vano intento de hacer que se enderezara—. Basta, me hace cosquillas.

—Me gusta hacerte cosquillas —admitió, echando la cabeza hacia atrás para recostarse en el espaldar del asiento.

—¿Ah si? ¿Y eso por qué?

—Porque te ríes, caprichosa. Y tu risa es... —hizo un ademán con las manos como si intentara materializar algo en el aire—. Piensa en el mejor vino que hayas bebido en la vida. Así, así de embriagadora es tu risa.

—¿Acaso William Blackwood acaba de admitir que soy mejor que él en algo? —preguntó, llevándose una mano al pecho de forma dramática.

Él dejó escapar una sonora carcajada.

—En realidad, el hecho de que poseas tantas cualidades, solo habla de mi excelente gusto.

¡Ahí estaba! El Will de verdad.

—Al final todos los caminos conducen a ti ¿eh? —dijo ella, mirándolo a los ojos.

—Como debe ser. ¿O es que piensas en los caminos de alguien más? —preguntó, enarcando una ceja.

Antonia rodó los ojos, y justo en ese momento el carruaje se detuvo. El cochero anunció que habían llegado, pero ¿A dónde? Se preguntó ella, puesto que pese a su constante insistencia, William se rehuso a decirle.

Se inclinó para asomarse a la ventana, pero él la detuvo.

—No hagas trampa —dijo, sujetándola de la mano.

—¿Qué estas tramando?

—Escuché de un lugar asombro —le contó, disponiéndose a bajar del carruaje—. ¿Quieres verlo?

Antonia entrecerró los ojos, desconfiada. Durante los últimos días, el guerrero no había hecho otra cosa que complacerla. La llevó de compras y gastó una fortuna en cualquier cosa que pareciera gustarle; ademas fueron de paseo a los lugares más bonitos de la ciudad, en los que disfruto no solo por la belleza del paisaje, sino también por el hecho de que nadie podía reconocerlos.

Todo era perfecto, tanto, que resultaba inquietante. Con los años ella había aprendido que las mejores cosas siempre se rompían en su punto más alto. Por lo que esa burbuja de felicidad le parecía demasiado frágil, como si en cualquier momento pudiera estallar y dejarla con nada más que recuerdos.

Supuso que ese era el precio a pagar cuando una de tus aspiraciones en la vida era amar a otra persona. Aun así, respiró hondo y se animó a seguir a Will fuera del carruaje.

Al levantar la vista, notó que se encontraban en medio de un frondoso bosque blanco. Lejos de dar miedo, el lugar se veía encantador gracias a un lago congelado que ocupaba todo el centro, con piedras colocadas a modo de pasos para cruzarlo. El cielo, cubierto de estrellas, destacaba aún más por la serie de faroles dispersos por el aire, emitiendo una luz cálida que iluminaba suavemente el entorno.

Era como una especie de jardín secreto, escondido entre colinas nevadas y adornado con flores de hielo. Sin embargo, lo que más llamaba la atención era el puente de madera decorado con luces titilantes, que conectaba con una diminuta isla. Allí, un anciano cubierto de pieles esperaba bajo un arco cubierto de enredaderas.

Espinas de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora