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¿Qué carajos hacían allí?

Aspen se dejó caer sobre un viejo sofá al que el tiempo le había decolorado el tapiz. Mientras seguía con los ojos verdes cada movimiento de su esposa; intentando comprender cómo había aceptado que bajaran del barco.

¿Había existido en la historia de Kantria un Rey más pusilánime? No lo creía. De haber sido así el tratado de paz con los Thauri se habría firmado mucho antes. Pues solo hubiera hecho falta que un Maksimov cualquiera, cayera rendido a los pies de una enigmática y salvaje doncella de Mystara o Central Village, así como lo estaba él ahora.

Como un esclavo de su corazón y sus circunstancias.

—¿Qué es una marca? —preguntó, cerrando los ojos por un instante en busca de espantar las ideas que le atribulaban la mente.

Después de todo, la Thauri que los había conducido a aquella vieja habitación, dijo que allí podrían descansar durante la noche, aunque jamás mencionó las precarias condiciones. Los techos, que habían sido pintados de blanco en un tiempo muy lejano comenzaban a ser devorados por la humedad, las paredes tenían grietas en las que se ocultaban toda clase de insectos y gusanos, el olor a moho permeaba el aire y en el suelo nada mas que un par de sabanas sin lavar les hacia de cama.

—Para asesinar a un Nightkort, primero debes enlazarte a ellos por sangre —comenzó a explicar Olivia, que también se encontraba analizando la habitación—. Si no tienes su confianza, jamás los vencerás porque son demasiado fuertes, pero si te enlazas y la consigues, se vuelven dóciles. Y es entonces cuando debes aprovechar para dar la estocada final —agregó, concentrada en los símbolos que los rodeaban.

A diferencia de Aspen, se encontró fascinada por aquel edificio en ruinas. Pues aun con la pintura que se caía a pedazos y los suelos desprovistos de brillo, el lugar era un templo Thauri, el más grande que sus ojos habían visto jamás. Antes, a su pueblo no se le permitía venerar a sus dioses con semejante parafernalia. Ni siquiera en Mystara o Central Village.

—¿Estocada final? —Aspen abrió los ojos, interesado en el tema—. Así que primero se ganan la confianza de los Nightkort y luego ¿los apuñalan?

Casi pareció indignado y eso provocó que a Olivia se le escapara una risita. ¿A caso había olvidado la razón por la que llevaba decenas de cicatrices en el pecho? ¿Cómo era que la sola idea de ver agonizar a uno de esos monstruos no le generaba placer?

Su ingenuidad nunca dejaría de sorprenderla.

—La hemocinesis no funciona en ellos porque su sangre es muy densa. Así que los dejamos entrar a nuestro sistema a cambio de que nos dejen entrar en el suyo. Después de eso, los asesinamos o su sangre comienza a envenenarnos.

—Y ese enlace del que hablas ¿Es peligroso? —se inclinó hacia adelante sobre el sofá.

—Depende —Olivia se sentó a su lado —. Algunas personas tienen mentes mas débiles que otras y sucumben ante los deseos del Nightkort, otras, logran controlarlos como a un cachorro.

<<Yo logro controlarlos como a un cachorro>> Era lo que en realidad quería decir, pero entonces tendría que confesar algunas atrocidades y nada de eso le haría bien al concepto casi de ensueño que contra todo pronóstico, Aspen tenía de ella.

—Marcas a un Nightkort porque quieres reconocerlo la próxima vez que lo veas —siguió hablando, al tiempo que recostaba la cabeza en su hombro—. Es solo una estrategia de cacería.

—O una sentencia de muerte —acotó él, rodeándola con el brazo para que se acomodara sobre su pecho.

Olivia dejó caer los párpados solo por un momento y escuchó su corazón latiendo ahí, cerquita de su oreja y su calor. Fue como oír la lluvia en medio de la madrugada, cuando nada parece ayudarte a conciliar el sueño, pero entonces esas gotas impactando la tierra, te arrullan.

Espinas de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora