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Que prefería morir, había dicho, morir antes que casarse con ella. Meditó Avaluna, con los ojos clavados como dagas en el Duque Michaelson, quien se encontraba del otro extremo del salón; vestido con una camisa de lino suelta y pantalones oscuros.

Pues aquel día y con el fin de animar un poco la monotonía a bordo de la fragata Maksimov, el Rey había propuesto una tarde de pesca, en la que además podrían disfrutar del aire fresco en la cubierta, antes de que el barco arribara a la ciudad de Okthon, el extremo más lejano de Kantria.

¿Cuán arrogante tenía que ser el imbecil de Sebastián para cree que ella quería casarse con él? Se preguntó Avaluna, con la molestia sobre el rostro como un velo. ¡Ja! Si llegó siquiera a considerarlo fue por hacerle un favor enorme a la Reina, y solo porque lo ocurrido con Gavin no podía quedar impune.

—Ni siquiera es tan apuesto —soltó, con la rabia danzando en sus pupilas.

Olivia, de pie a su lado, dejó escapar una risita. Avaluna podía acusar a Sebastián de muchas cosas, pero no de ser poco atractivo.

—Mira el lado bueno. Al final, podremos matarlo —dijo, con tanta tranquilidad que en lugar de muerte, pareció que hablaban del clima.

—Señoritas —la voz de Aspen resonó en el lugar cuando pasó junto a ellas.

Deteniéndose un instante para rodear la cintura de Olivia con el brazo, al tiempo que le plantaba un suave beso en la mejilla. Entonces continuó avanzando con dirección a la borda, donde Parker aguardaba por él. Había prometido enseñarle a hacer algunos nudos navales.

Lady Rusell lo vio con una gruesa soga entre las manos. Cada movimiento calculado y lento para que el muchachito Thauri, que lo escuchaba maravillado, no se perdiera ningún detalle.

—Su Majestad estuvo en la marina a los 16 —comentó, sin dejar de mirarlos—. Dicen que su paso por ahí fue todo un éxito.

—Es solo pescar y lucir uniformes a juego. ¿Qué tan difícil puede ser? —cuestionó Olivia, cruzando los brazos sobre el pecho.

—Ay, pero solo mírelos —repuso Avaluna—. Se ven tan lindos. Su Majestad va a ser un gran padre —una sonrisita afable le adornó los labios.

Y la Reina no pudo evitar mirarla a la cara con una mueca de asco. Si, durante los últimos días su relación con el Rey parecía haber avanzado a pasos agigantados. Pero escuchar a su amiga hablar así de él, era un nivel completamente diferente.

—¿Estás bien? —le preguntó—. ¿Desde cuando eres tan romántica?

La doncella frunció el ceño.

—Solo digo que es bueno que él tenga instinto para estas cosas.

—Puede que en eso tengas razón —concedió, dejando escapar un suspiro—. Es bueno saber qué habrá alguien para evitar que yo eche a perder al pequeño monstruo.

—Via, no digas eso. No hay forma de que lo eches a perder —respondió Avaluna con convicción, aunque en su voz se percibía una sombra de duda.

Pues solo le hacía falta recordar su infancia, todos esos años que pasaron entre Mystara y Central Village, siendo personas en extremo distintas a las que eran ahora. ¿Vestidos pomposos? ¿Intrigas de la corte? ¿Hijos? Sonaba a la vida de cualquiera, menos a la de ellas dos. Así que ¿Cómo iban a hacer para no salir destrozadas de aquel mundo? Ya que ilesas, era imposible.

Espinas de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora