Olivia giró en la esquina del pasillo todavía buscando a Will, y se sorprendió al vislumbrar como Antonia le propinaba a este una fuerte bofetada, antes de volverse sobre sus tacones y salir corriendo casi despavorida con dirección a las escaleras.Su primo, que parecía haberse quedado congelado como una estatua, clavó los ojos en el suelo y por alguna razón no la siguió.
<<Vaya, en verdad le gusta>> pensó, incapaz de comprender de dónde había sacado William semejante devoción por la princesa.
Por un instante quiso dar un paso al frente y acercarse a él para ayudarlo a llegar hasta la habitación que le habían asignado, pero imaginó que lo ultimo que querría alguien tan orgulloso, era testigos de una escena como esa. Así que permaneció escondida por un ratito mas tras un muro y luego lo vio marcharse.
—¿Majestad? ¿Qué hace usted aquí?
Una voz gruesa y hosca llegó hasta los oídos de Olivia, que se volvió de inmediato en busca del autor de aquellas palabras, y entonces vio al príncipe Kaivan, a medio metro de distancia. Con su postura erguida y esa lacia cabellera negra que caía en una cascada ordenada más allá de sus orejas, enmarcando unos ojos saltones, de un almíbar tan oscuro que parecían absorber la luz.
Su nariz era aguileña y sus pómulos afilados, por lo que en realidad, no tenia un gran parecido físico con Roman. Mientras que su vestimenta, aunque era elegante, solo resultaba funcional, sin adornos superfluos, ni accesorios.
—Príncipe —dijo Olivia, con una inclinación de cabeza que era más un reconocimiento de su presencia que una muestra de sumisión—. Me ha sorprendido.
—¿Se perdió? —preguntó él, moviendo la cabeza con una precisión deliberada, un gesto calculado que parecía medir su entorno—. Hay exactamente 876 pasillos en el Palacio, así que es normal que se haya perdido.
—Eso es... muy específico, Alteza —respondió, extrañada.
Al tiempo que hacia uso de la hemocinesis para percibir su latido cardiaco; el cual se encontraba en sorprendente calma.
—Cada pasillo fue diseñado con una precisión matemática para asegurar la simetría perfecta y la resonancia acústica adecuada —siguió hablando el de Harlow—. ¿Y los ladrillos? Hay 4,732,965 en total. Todos colocados a mano y cocidos a una temperatura que garantiza su durabilidad por siglos.
Olivia entrecerró los ojos, analizándolo no solo a él, sino también buscando entender los engranajes de su cabeza.
—¿Le han dicho alguna vez que es usted muy extraño? —preguntó con franqueza. Después de todo, enmascarar opiniones no era algo muy propio de ella.
—Creo que es inteligente la palabra que busca, Majestad —repuso y todos los músculos de su cuerpo parecieron entrar en tensión.
Pues si existía algo que Kaivan habia dado por sentado desde que obtuvo su titulo como Principe Imperial, era que las personas se abstendrían de dar su libre opinión sobre él.
—No. Extraño —insistió Olivia—. La inteligencia no explica su obsesión con los ladrillos de un palacio.
—Obsesión —repitió con hermetismo—. No me gusta esa palabra. Ademas, solo soy un hombre curioso, ¿nunca ha escuchado que el diablo esta en los detalles?
—No, pero estoy segura de que usted va a explicármelo.
—Vale. Pero a cambio debe contarme acerca de los Thauri. He estudiado numerosas culturas, algunas mas especiales que otras, sin embargo, jamas la suya.
—Quizás es por eso que somos de los pocos que aun no han sido conquistados por el imperio de Bazarat —dijo, encogiéndose de hombros.
Todo eso mientras al otro lado del Palacio, una atmósfera muy distinta llenaba una de las estancias más recónditas. Pues Arkyn Maksimov había abandonado el salón de fiestas y todo el asunto nupcial, para ir a organizar su propio evento privado.
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Espinas de Plata
Historical FictionCuando el poder de los Maksimov parece ir en picada, Aspen debe asumir la verdadera responsabilidad de ser Rey, para salvar el tratado de paz, pero sobre todo, para salvar a su futuro hijo de todos los peligros que acechan en los rincones de la cort...