Olivia estaba hundida hasta el cuello en la bañera cuando Aspen ingresó al baño.El vapor lo empañaba todo, el aire olía a cera de vela y ella medio flotaba en el agua tibia con los párpados cerrados y la respiración tan tranquila como la brisa en primavera. Sus cabellos castaños con las raíces todavia blancas, estaban recogidos en un moño alto de manera que su hermoso rostro quedaba despejado. Y sus mejillas parecían mucho mas llenas en los últimos días, al igual que sus pechos redondos y sonrosados, que se exhibían mas allá del camisón blanco que se le adhería a la piel a causa de la humedad.
Tenía los pezones endurecidos y erectos y a él se le ocurrió que sería maravilloso acariciárselos con la lengua. Pero entonces la Reina abrió los ojos de golpe, casi como si hubiera podido escuchar sus perversas intenciones.
—¿Por qué te quedas ahí mirándome, Majestad? —preguntó, seria.
—Ah, ¿ahora me llamas Majestad? —Aspen dio unos pasos en dirección a la bañera. Se puso de cuclillas para reducir la distancia que los separaba y metió una mano en el agua.
—Las últimas veces que pregunté por ti, Fitzgerald respondió: Su Majestad está ocupado, o su Majestad no puede atenderla en este momento, o cualquier otra excusa barata que iniciaría por su Majestad —dijo, cruzando los brazos sobre el pecho.
Aspen le apartó un mechón de cabello de la cara con suavidad.
—No eran excusas.
—¿Seguro que no estás huyendo de mí, Aspen Maksimov? —lo miró, entrecerrando los ojos.
Y él se rió con energía. Aunque la verdad era que le había pedido a su mayordomo que programara la mayor cantidad de compromisos posibles durante la última semana.
—Estaba intentando darte espacio —confesó y extendió una mano para posarla sobre su hinchado vientre—. Para que hicieras todos tus tratamientos sin interrupciones.
<<mentiroso>>
—Creí que tu ausencia se debía a la destitución de mi padre como tesorero.
—¿Sabes? Prefiero que no hablemos de política, he tenido unos días terribles intentando resolver tantos problemas —deslizó su mano hacia abajo por el vientre en busca de sentir a alguno de sus hijos.
—Eso va a ser difícil, dado que daremos una cena —acotó Olivia y posó una mano sobre la de él para guiarlo hasta su costado izquierdo. Allá, acomodado de manera obstinada bajo sus costillas, se ubicaba uno de los bebés.
Aspen se estremeció al sentirlo patear con fuerza y por un momento ni siquiera pudo responder a lo dicho por la Reina. Se había quedado mudo.
Mudo y encantado de solo imaginarse que en poco tiempo tendría a dos pequeños monstruos entre sus brazos. Los vestirían con las mejores ropas, túnicas de seda, bordadas con hilos de oro y adornadas con color violeta en representación de la casa Maksimov y la casa Saint Honor.—¿Me estás escuchando? —Olivia lo miró ladeando la cabeza.
—¡Se movió, amor! —contestó él, totalmente distraído.
Y ella no pudo contener las ganas de sonreír.
—Lo sé —asintió entonces—. Se mueven todo el tiempo y me empujan todos los órganos.
—¡Eso es muy desconsiderado! —Aspen frunció el ceño y se inclinó más hacia delante—. Niños, ¿No les dije que fueran buenos con su madre? —preguntó con los labios muy cerca del vientre.
—No sabes si son varones y ya deja de jugar —se rió Olivia, empujándolo hacia atrás para que se enderezara.
El cedió con facilidad y se sentó en el suelo porque estar de cuclillas ya lo había agotado.

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Espinas de Plata
Ficción históricaCuando el poder de los Maksimov parece ir en picada, Aspen debe asumir la verdadera responsabilidad de ser Rey, para salvar el tratado de paz, pero sobre todo, para salvar a su futuro hijo de todos los peligros que acechan en los rincones de la cort...