La cabeza de William Blackwood.Eso era probablemente lo que su hermano planeaba exigirle a los magistrados al final de aquella inesperada audiencia, pensó Aspen, analizándolo todo con los ojos.
El ruido provocado por la multitud le estaba martillando la cabeza, la pesada mirada de Olivia amenazaba con atravesarle la piel y tenía la impresión de que el aire en la habitación era cada vez mas escaso. Ya conocía ese sentimiento, el sudor perlándole la frente, el hormigueo en las manos, la incertidumbre y el vértigo de estar acorralado en su propio palacio, y sabia que de no hacer algo en ese instante, acabaría sucumbiendo como siempre a los deseos del consejo en lugar de los suyos.
Por eso se levantó del trono en un impulso, o quizás, fue por los ojos de su hermana mayor, que por primera vez en la vida lo miraba presa del pánico. Llenó sus pulmones de aire y cuando el silencio se instaló en cada rincón de la habitación porque los súbditos esperaban oírlo hablar, ignoró como el corazón le latía cada vez mas acelerado en el pecho y dio por cancelada la audiencia hasta nueva orden.
Las voces del publico se alzaron en una amalgama de quejas y vítores, de un lado los humanos que demandaban un castigo ejemplar y del otro los Thauri que consideraban un atropello la manera en que había sido capturado el joven Blackwood. Verlos era estar de regreso en el primer día que inició el tratado de paz; puede que ya no derramaran la sangre del otro en medio de un campo de batalla, pero continuaban divididos.
—Olivia, vamos —dijo Aspen extendiendo la mano hacia la Reina, que continuaba aun sentada en su trono.
—¿A dónde? —preguntó ella, entre confundida e intrigada, pero aun así se levantó para acompañarlo.
Entonces ambos se dispusieron a descender del podio y abandonar el salón bajo las afiladas miradas del publico, no obstante, fue poco lo que pudieron avanzar escoltados por sus guardias, antes de que el Principe Arkyn los interceptara.
Aquella mañana estaba muy elegante, casi como si hubiera podido anticipar que algo importante ocurriría. Sus cabellos dorados caían en sutiles ondas cubriéndole las orejas, se había depilado la barba y lucía una elaborada casaca negra con llamativas vetas azules, complementadas por filigranas y ornamentos.
Se veia espectacular, inofensivo incluso.
—Aspen —dijo en voz baja al tiempo que se acercaba mas a su hermano—. ¿Qué estas haciendo? —le preguntó, entre dientes.
—Quiero que lleves a Antonia y a Blackwood al estudio, los veré allí en media hora —ordenó el Rey en respuesta.
Y aunque lo intentó, Olivia no pudo evitar que un atisbo de orgullo asomara en su semblante. ¿Estaba Aspen enfrentando a su querido hermano o es que ella aun tenía fiebre? Se preguntó, intercalando la mirada entre ambos hombres.
Arkyn se enderezó en su posición tomando un poco de distancia y extendió los labios en una sonrisa impostada con la que intentaba lucir igual de arrogante que de costumbre. Entonces asintió con la cabeza, dio media vuelta y se marchó.
—Vamos —suspiró Aspen y volvió a emprender la marcha a toda prisa.
—Espera —Olivia intentó seguirle el paso—. ¿Estas bien?
Ambos pasaron bajo el arco de concreto que conectaba la puerta principal del salón del trono con el pasillo y sintieron como el frio viento matutino los golpeaba en la cara, cargado de una embriagadora fragancia a césped y tierra.
—¿Tú lo estas? —contestó Aspen, escrutandola con los ojos—. Deberías estar en cama guardando reposo.
—Detente.
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Espinas de Plata
Ficción históricaCuando el poder de los Maksimov parece ir en picada, Aspen debe asumir la verdadera responsabilidad de ser Rey, para salvar el tratado de paz, pero sobre todo, para salvar a su futuro hijo de todos los peligros que acechan en los rincones de la cort...