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Olivia había repetido palabra por palabra lo que Viatrix le indicó, antes de que la sumergieran en el agua helada de aquel lago.

El frío la invadió de inmediato, apretando su pecho y envolviendo su cuerpo en una especie de abrazo que desafiaba su resistencia. Entonces dejó caer los párpados y contuvo la respiración. Creía conocer lo suficiente aquel proceso como para no espantarse, sin embargo, ahí, aislada de todo lo que ocurría a su alrededor, se sintió incapaz de controlar su propio cuerpo y por ende, de proteger a su hijo.

Uno, dos, tres... Comenzó a contar, en un intento de contener el impulso de salir a la superficie en busca de aire y libertad. Podía hacerlo, se dijo, después de todo, no había un solo tipo de dolor que no hubiera experimentado a lo largo de su entrenamiento. No obstante, esa vez era diferente, una sensación incomoda ascendió por su espina dorsal y se sacudió de forma involuntaria para llamar la atención de Viatrix; pero a ella no pareció importarle en lo mas mínimo y solo aumento la fuerza con la que la sostenía para evitar que saliera del agua.

El aire comenzó a escasear en sus pulmones, se retorció, pataleó y cuando finalmente abrió los ojos, se sorprendió al notar que ya no estaba en el lago, es mas, ni siquiera se encontraba en Okthon.

Miró hacia abajo y notó su vestido blanco y sus cabellos destilando agua, sobre un césped verde y bien cuidado que le resultó familiar. Vio las torres altas del Palacio Maksimov, los estandartes que colgaban de los muros siendo ondeados por el viento, y el sol que se filtraba entre las hojas de los antiguos árboles y las exuberantes flores.

—¿Aspen? —gritó, girando el rostro en todas direcciones.

El ambiente estaba impregnado con el perfume dulce de las rosas y el sonido suave del agua que fluía desde la fuente central. Pero eso no era tan relevante como lo que apareció ante sus ojos en ese momento.

Anonadada, se vio a sí misma junto a Aspen, ambos de pie en medio del jardín. Ella luciendo un elegante vestido azul con detalles dorados que hacia juego con el traje de él, mientras cada uno sostenía tiernamente a un bebé en brazos.

Estaban rodeados por un aura de felicidad y se miraban el uno al otro. Olivia sostenía en sus brazos a una niña envuelta en delicados tejidos de seda, y Aspen hacia lo mismo pero con un niño, cuyos ojos brillaban con la inocencia del recién nacido.

—Dos... —murmuró, mirándose el vientre—. ¿Son dos?

No, era imposible, se dijo, pues de haber tenido tres corazones latiendo dentro de ella, lo habría notado ¿Verdad?

Volvió a levantar la vista y de repente todo dio un giró. Tanto Aspen como los bebes habían desaparecido. Ahora, en su lugar, se encontró observando a sus hijos unos diez años más tarde.

Dos niños, de cabello rubio platinado que corrían y jugaban en el patio, riendo y persiguiéndose el uno al otro con alegría. La niña tenía los ojos más vivaces del mundo y su hermano una sonrisa de perlas. Por un instante Olivia solo consiguió ver en ellos toda la esencia de los Maksimov, incluso se preguntó si a quienes veía no era en realidad al principe Arkyn y la princesa Antonia, pero entonces los escuchó hablar en lengua Thauri.

—¡Eh, Rue, vamos! —había dicho el niño, con un perfecto manejo del antiguo idioma.

<<¿Rue? ¿Su hija se llamaba Rue?>> Se preguntó, observando cómo la niña se acercaba a su hermano con una flor de Iride en la mano. Olivia avanzó dos pasos en su dirección, con el ceño fruncido, pues a pesar de la belleza de la flor, conocía su significado y sintió una punzada de inquietud en el pecho.

La flor de Iride, conocida por su belleza deslumbrante pero venenosa, pareció brillar con un aura ominosa mientras Rue se la ofrecía a su mellizo con una inocente sonrisa. él estiró las pequeñas manos para recibirla.

Espinas de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora