Lord Clemont debía llevar por lo menos quince minutos hablando sin parar, pensó Olivia, incapaz de ocultar en su expresión lo hastiada que se encontraba de aquella reunión. El frio aire matutino se colaba a través de las ventanas abiertas del salón del Rey, venciendo por mucho el calor que arrojaban las llamas de las velas ubicadas en los candelabros, de ahí que ella tuviera los dedos entumecidos, dolor en las articulaciones y nauseas por el aroma que emanaba de las bandejas abarrotadas de panes, frutas y quesos exhibidas en el centro de la mesa.Todos los integrantes del consejo aguardaban en silencio a que fuera su turno de participar, incluido su padre, quien se encontraba particularmente callado aquella mañana.
Que se habían presentado revueltas en un par de villas al norte, comentó Lord Clemont, con tanta preocupación como si no fuera algo que ocurría cada mes. Luego dijo que los grandes señores de la capital habían solicitado una audiencia para discutir el asunto de las minas, pues cada vez contaban con menos personal. Y seguro que habría seguido gastando saliva y energía en repetir como un loro los mismos tres altercados de siempre, si la Reina no hubiera osado interrumpirlo.
—Mi Lord —dijo, provocando que los ojos de todos los presentes se le clavaran en la piel pálida, que día a día se le iba tornando mas insalubre—. ¿Puedo pedirle que nos diga de una buena vez los sucesos relevantes, o sería eso un agravio de mi parte? —soltó, en su tono mas cortante.
El Magistrado se aclaró la garganta, incomodo.
—Una disculpa, Majestad —dijo entonces y se forzó a elevar los labios un poquitito para mostrarle un intento de sonrisa—. Ademas de lo ya mencionado, también tenemos la buena noticia de que los tratados comerciales que había perdido su padre, están a punto de ser restablecidos por mí, como nuevo tesorero —presumió, echando los hombros hacia atrás e hinchando el pecho como un gavilán.
O mas bien, como un ave vieja y desplumada, pensó Olivia antes de contestarle:
—Fantástico, pero yo dije los sucesos relevantes.
—Si me permite, mi Reina —acotó el Magistrado Murray en uno de los lados de la mesa y ella le indicó con un gesto regio que podía continuar—. Al parecer se ha presentado un ataque de Nigthkort's hace cuatro días al Sur del cruce de Reyes. Hemos enviado cincuenta guardias del Rey a defender la ciudad y a los pobladores, pero los estragos son peores de lo que creíamos.
—Cincuenta hombres es muy poco —opinó Arkyn—. Incluso mil lo serán si no tienen las habilidades correctas. ¿No se supone que los Thauri iban a apoyarnos en este tipo de situaciones? ¿Dónde están?
—Supongo que en el Norte, lidiando con sus propios asuntos —criticó otro de los Magistrados, en apoyo al Príncipe.
—La escasez de jinetes es un problema que estamos padeciendo todos por igual, necesitamos motivar a los jóvenes para que se postulen a la academia —habló por primera vez aquella mañana, el viejo Saint Honor.
—Lo que deberíamos hacer es unir nuestros ejércitos —soltó Aspen atrayendo toda la atención, como un imán a piezas de metal—. No podemos pretender que el Reino se unifique mientras los Thauri tienen una fuerza militar y nosotros otra. Lo mejor sería que trabajaran en conjunto y que al fin fueran iguales bajo la corona.
¿Thauri y humanos entrenando juntos? Se preguntaron todos los presentes ¿Luciendo incluso la misma armadura? Parecía poco probable. En especial sí se tenía en cuenta lo distintos que eran sus métodos de adiestramiento y el lugar donde residía su verdadera lealtad.
—No quieres hacer eso —dijo Olivia, mirando a su esposo a la cara—. No podrás controlarlos y para el final del primer mes los Thauri habrán usado a los humanos como saco de entrenamiento.
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Espinas de Plata
Historical FictionCuando el poder de los Maksimov parece ir en picada, Aspen debe asumir la verdadera responsabilidad de ser Rey, para salvar el tratado de paz, pero sobre todo, para salvar a su futuro hijo de todos los peligros que acechan en los rincones de la cort...