Olivia barrio la cubierta con los ojos negros, reparando en cada uno de los rostros que la observaban con una mezcla de alivio y asombro. A excepción quizás, del de Antonia Maksimov, quien había emergido de las escaleras con el ceño fruncido y... ¿Will a su espalda?No, se dijo, ladeando la cabeza. Ese no podía ser William Blackwood, no con ese cabello.
—¡Gracias a los dioses que has regresado con bien!—exclamó Avaluna Rusell, rompiendo el silencio con su voz vibrante de emoción. Se lanzó hacia Olivia y la abrazó con tal fuerza que le robó el aliento.
—Ava, no puedo respirar—jadeó ella, con los ojos aun fijos en Will.
Quien se acercó en ese momento con el torso desnudo llenó de hematomas, pero gracias a los dioses, sin ninguna herida de gravedad. Un alivio que calmaba el remolino de culpa, que amenazó con engullir a la Reina desde el preciso instante en que cayeron del lomo del Nightkort.
Pues el hecho de ser una damisela en apuros ya la incomodaba lo suficiente, como para tener que tolerar también que su primo acabara pagando los platos rotos.
—¿Estas bien? —lo escuchó preguntar. Y aunque su voz era un susurro coqueto, alcanzaba a percibirse en el algo de preocupación.
Quizás el joven Blackwood había perdido algunos rizos aquí y allá, pero en definitiva continuaba siendo un narcisista categórico.
—Eres un idiota—respondió Olivia, abrazándolo con fuerza—. Jamás vuelvas a hacer algo así.
—Lo siento. No debí decirte ninguna de esas cosas—murmuró Will, correspondiendo al abrazo con cariño.
Ella permaneció en silencio, simplemente sintiéndolo cerca, mientras a su alrededor un grupo de sirvientes iba y venía en atenciones para el Principe Arkyn.
Fue entonces, en medio de los saludos, cuando al alzar la vista, Olivia vio la figura distante de Aspen recortandose contra el horizonte. Estaba allí en la cubierta, con la postura más rígida que ella le hubiera visto jamas; apenas un reflejo de la ira que bullía en su interior por la imprudencia de sus acciones.
¿En serio no pensaba acercarse? Se preguntó, observándolo con un atisbo de rabia en las pupilas; en especial cuando reparó en la presencia de Lady Vera Mayfield, quien le ofrecía su silenciosa compañía al Rey y tras un breve intercambio de miradas, se marchó junto a él.
—¿Estas segura que no te hiciste daño? —insisitió Will, revisando a su prima con los ojos en busca de heridas—. Tu mano —dijo al notar la cortada que le atravesaba la palma.
—No es nada, tranquilo.
—Deberíamos bajar al camarote para que puedas descansar—sugirió Avaluna, con una sonrisa amable que intentaba disipar la tensión que de repente danzaba en la cubierta.
La Reina asintió y sin decir mas, emprendió la marcha hacia las pequeñas escaleras que conducían a las habitaciones. Casi todos los músculos de su cuerpo escocían a cada paso que daba sobre el crujiente suelo de madera de la fragata, y aunque en su rostro ningún gesto habría podido delatarla, un terrible dolor la aquejaba.
Al detener el paso, notó la puerta de su camarote entreabierta revelando la penumbra del interior, donde su esposo, sentado frente a un pequeño escritorio, escuchaba con atención a Lady Mayfield.
La luz tenue que se filtraba a través de la única ventana en la habitación, danzaba sobre sus rasgos, mientras ella inclinada sobre el escritorio, de manera que su escote se volvía aún más generoso de lo que ya era, hablaba de islas exóticas con un tono que sugería más que geografía.

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Espinas de Plata
Historical FictionCuando el poder de los Maksimov parece ir en picada, Aspen debe asumir la verdadera responsabilidad de ser Rey, para salvar el tratado de paz, pero sobre todo, para salvar a su futuro hijo de todos los peligros que acechan en los rincones de la cort...