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Para la comentada cena ofrecida por los Reyes en Palacio, se había mandado sacrificar un venado y dos jabalíes aun cuando la lista de invitados ni siquiera llegaba a veinte. Olivia tenía la intención de honrar a su gente con las mismas atenciones que a menudo recibían los nobles al servicio de los Maksimov, después de todo, para la mayoría de los Thauri aquel lugar con sus suelos marmolados, muros altísimos y adornos dorados siempre había parecido inalcanzable.

Pero, si acaso los impresionó el candelabro de vidrio que se suspendía en el aire a dos metros de sus cabezas, la orquesta que tocaba en la tarima o el malabarista que escupía fuego encaramado sobre unos zancos, ninguno de ellos lo demostró. Solo hicieron los saludos protocolarios de manera poco animada y se unieron a los Reyes en el comedor.

—Bienvenidos a nuestro hogar —dijo Aspen mientras todos se acomodaban en sus respectivos asientos—. Es un honor para nosotros contar con su presencia.

Los cinco lideres lo miraron con atención, como analizando cada uno de sus gestos en el intento de descifrar qué se escondía tras ellos. Olivia los recordaba vagamente de la guerra, cuando sus rostros y sus botas manchados de sangre y barro por igual, allanaron el camino que la convertiría en Reina. Aun así, ninguno de ellos había obtenido un buen puesto en la monarquia, dado que los grandes señores como Alistair Saint Honor repartieron el poder y se proclamaron a si mismos magistrados.

—Bueno, no se puede rechazar un pedido de la Reina —contestó el Thauri que estaba sentado en uno de los extremos de la mesa. Era un hombre bajito y mal encarado, al que una cicatriz gruesa y pálida le atravesaba la mejilla izquierda hasta llegar a la oreja. 

Todos lo llamaban Riker y según los rumores, no existía en Kantria un rastreador más experimentado. Eso sin mencionar, que era el director de la academia en Mystara. 

—¿Pedido? —preguntó Olivia ladeando la cabeza—. Esto es una invitación ¿O acaso no somos todos amigos? —sus labios se extendieron en una sonrisa impostada.

Que por supuesto Riker no le compró. Pues ni siquiera en su época como estudiante, la Reina había sido alguien afable, mucho menos ahora que creía tenerlos a todos ellos a sus pies.

—¿Se puede ser amigo de un Rey? —se atrevió a preguntarle, en tono sarcástico.

—Se puede ser muchas cosas, mi Lord, si se toman las decisiones correctas.

—¿Cómo cuando la elegimos a usted como soberana Thauri?

Riker soltó una carcajada y Olivia sintió una llamarada de rabia que le recorría todas las venas del cuerpo. Que le hablaran con tanta frescura no le resultaba extraño, después de todo, un verdadero Thauri estaría dispuesto a morir por sus convicciones y creencias. Lo que en realidad la estaba molestando era que el rechazo por parte de los lideres se debía a que la consideraban débil. Ya no era aquella guerrera que destrozó a Odette Laurens en la arena, y no solo por el apellido Maksimov o la vestimenta, no, algo mucho mas grande le había sido arrancado.

—Ustedes no me eligieron —contestó con voz firme y controlada—. De hecho, todos sabemos que habrían preferido a cualquiera de las otras candidatas antes que a mi —aquella vez sonrió con orgullo—. ¿Saint Honor? ¡Ja! Solo éramos una familia de agricultores ¿O no fueron esas sus palabras, Lord Riker? 

El viejo se irguió sobre el asiento, inquieto.

Y Aspen no pudo evitar reparar en la tristeza que ocultaba la expresión de su esposa. Deseó como nunca en la vida que el comedor real, fuera diez metros mas corto para poder sujetarla de la mano.

—Yo... —comenzó a hablar el rastreador. 

—Usted ni siquiera me hubiera permitido entrenar en la academia si no fuera por el apellido Blackwood —lo interrumpió Olivia—. Pero ¿A quién le importan ahora esas cosas? Al final, todo acaba en su sitio. El mío, por ejemplo, es en el trono —aseguró—. Y es por eso que necesito todos los jinetes de sangre que podamos reclutar.

Espinas de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora