Hermanos

89 8 27
                                    

Ya los estaba esperando, con una sensación muy distinta a la que tuvo cuando recibió a Benten más de un año atrás; lo exultante y la adrenalina de recibir en su patio trasero una nave espacial, había quedado en el pasado. Nada de ellos ahora le resultaba ajeno.

Sin poder evitarlo, remembró las decenas de aventuras galácticas de su adolescencia, aquellas donde era arrojado sin remedio mediante el afán de lealtad que tenia hacia Lum Invader y a Ataru Moroboshi. A veces sentía emoción, otras tantas ocasiones, miedo, empero, nada de aquello quedó cuando se convirtió en su aliado principal, en el representante de la Tierra.

Aunque su desarrollo siempre había sido forzado, truqueado de manera tradicional para conseguir como resultado al heredero perfecto; con seguridad, podía comprender que la madurez que había adquirido en poco más de un año no la pudo haber conseguido ningún entrenamiento Mendo.

Suug apretó su mano, quizás adivinando que su mente se perdía en nostalgia, haciéndolo volver al aquí y al ahora, a lo que estaba pactado. El roce de su extremidad le hizo recordar también, los regalos absolutos del sendero más complicado de su existencia.

No fue sorpresivo para él ni se sintió ofendido de ninguna manera por la presencia de Rei, que era incluso difícil de procesar para sus hombres , que a pesar de haber recibido tiempo atrás a Sieatku que ya tenía una apariencia feroz, no podían ocultar su asombro de estar frente al capitán general de Oniboshi.

De un tamaño descomunal, mucho más bestial, salvaje y fiero, Rei mostraba los colmillos, su pelaje se erizaba a la par de que un estruendoso rugido inundó el espacio entero . Shutaro parpadeó con tranquilidad, entendía por qué estaba haciendo eso y siendo disonante incluso con lo que aquella demostración de poder pretendía, se sintió conmovido casi al borde del llanto.

Rei, luego de palpar el miedo de todos los presentes, exceptuando a Mendo y a la mujer a su lado, poco a poco, volvió a su forma antropomorfa. Detrás de él, la figura de Oten se reveló por fin, llevando en brazos a su hijo aún desmayado.

Aunque no se conocían y prácticamente sólo sabían del otro por medio de conversaciones, Shutaro y Oten sintieron a la par, la sensación de haber encontrado algo valioso, algo seguro y extrañamente familiar. Ambos, sonrieron casi al mismo tiempo, una sonrisa que expresó mucho más de lo que las palabras podían.

Luego de presentarse, con una sensación de incongruencia total, Shutaro y Suug invitaron a los recién llegados a ingresar a la mansión. Los primeros en ser instalados fueron aquellos terapeutas neptunianos que acompañaban a los onis que a decir verdad, se sentían ligeramente incómodos ante la atención y deseaban por fin descansar.

Acompañando a la soledad, el peso de los pendientes comenzó a aplastarlos; todos tenían deseos ambiguos en aquellos momentos, lejanos al protocolo que sabían que debían acatar, pero que de forma ilógica, parecían querer aplazar. Fue turno de Rei, de romper con aquello, azotando con claridad y crudeza; aquel tono plano, contenía un tinte imperativo que nadie pudo ignorar.

Con la mirada oscurecida, Mendo los hizo pasar a su despacho, sintiendo que aquella silla de madera en la que usualmente se sentaba le quedaba gigantesca. Uno a uno, recibió el compendio de papeles y documentos de los cuales conocía de sobra su contenido, intentando conservar la calma, sacó el Hanko de su bolsillo.

-No tenemos por qué hacerlo ahora Rei- solicitó Oten un tanto avergonzado

Usualmente, las ordenes de Oten eran definitivas ante el capitán, formaba parte de su adn incluso el de someterse y obedecer ante un oni de mayor rango que él, sin embargo, no podía ceder, ya que detrás de la propuesta que claramente se tornaba en un hito de esperanza, yacía una orden mucho más relevante, de alguien de mayor jerarquía.

Por ella |URUSEI YATSURA| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora