Capítulo 8

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Elisey había escuchado todo. Notó que la mirada de su Luna se había opacado considerablemente al entrar en la casa humilde. Aunque había un brillo cálido en su mirada y una actitud afectuosa hacia su figura materna, la llegada de la rubia había reemplazado esa calidez con aspereza y actitud defensiva. Comprendiendo que no todo en ese hogar era positivo, se resistió a dar un paso más allá de lo que su Luna había solicitado, por respeto.

—Elisey, perdón por hacerte esperar. Y con Chiquis en mano —dijo la joven de cabello castaño claro y corto mientras le quitaba la pinsher de las manos, con una sonrisa suave que no mostraba los dientes.

La perrita no se opuso. Se quedó estática, como si supiera que las cosas no estaban tan bien como aparentaba. El mimo que recibió fue diferente, y hasta los animales alrededor de su Luna lo notaron. Decidió sobrellevar la situación con delicadeza y cautela.

—Descuida, Bruna, todo va bien. No ha pasado mucho tiempo. —sonrió un poco— Buenas tardes, señora. Espero que nuestra visita no haya sido una sorpresa.

—Guten Tag, jovencito —saludó la señora de cabello negro hasta los hombros— He notado que su acento es alemán. Qué suerte que un alemán esté cuidando a mi niña preciosa.

—Mamá, no es que me esté cuidando... Me sé cuidar bien sola —rezongó avergonzada mientras se alejaba un poco— Iré a dejar a Chiquis en su lugar, no la aturda mucho, mamá.

—Sí, sí. No te preocupes.

Elisey sonrió encantado. Siempre supo que las figuras maternas tienen un sentido muy fino sobre la cercanía de sus hijos, especialmente en cuanto a protección y cuidado.

—Guten Tag, usted es muy perceptiva —saludó como si estuviera en casa. Era hermoso escuchar que alguien sabía saludarlo en alemán, ya que en ese país solo quienes eran del Chaco, extranjeros o empresas alemanas conocían el idioma.

—Veo la mirada que le dedicas. No solo es amor, eso se nota con mucha obviedad, jovencito —aclaró con una sonrisa mientras tomaba su mano y, con un gesto de gratitud, dijo— Ella es muy especial, tiene demasiado por dar. Lamentablemente, en donde vivimos no le ofrecerá la calidad de vida que usted desea para ella. Acompáñela en ese viaje, no la deje sola y pasará de ser un pretendiente a ser el refugio al que siempre volverá sin dudar.

El consejo que la madre le daba era tan íntimo que hizo sentir a Elisey que la señora podía saber acerca de su naturaleza.

«Ella no lo sabe. Solo es intuitiva. Además, parece preocuparse por nuestra Luna» pensó Björn, su lobo interior, quien también vela por el cargo de Alfa.

—No irá sola, de eso ni lo dude. La cuidaré. Tranquilícese, señora.

—Llámame Myriam, sé que ya estoy vieja pero no tanto —bromeó un poco.

—Como desee, Myriam. Permítame hacerle una pregunta, claro, si es que puedo —dijo Elisey con digno respeto y educación.

—Claro, adelante.

—¿Cómo sabe usted alemán? ¿Cuánto lo entiende? —preguntó curioso.

—Oh, eso es sencillo de responder. Mi padre trabajó un tiempo en Múnich, Alemania. Aunque fue poco tiempo, nos hablaba y enseñaba algunas palabras. A los paraguayos, o a mí misma, siempre nos encantó el acento del idioma —comentó Myriam, encantada.

—Ya veo, eso es un detalle antiguo. Es interesante saberlo. ¿Bruna acaso sabe...?

—No, no, no. A ella le gustó decir algunas palabras en un tiempo, pero... Creo que una amistad suya hizo que el alemán fuera doloroso de aprender. Con el tiempo, simplemente lo evitó. Una menonita en la universidad intentó enseñarle el idioma, pero ella... simplemente no quiso —aclaró con un poco de pena.

Elisey sintió una punzada de dolor al saber que su Luna podría haber aprendido alemán, pero que alguien la había dañado y fue alemán, le provocó una molestia casi imposible de contener.

«Quien haya sido, espero que no sea alguien cercano a nosotros. No volverá a ver la luz del sol si se atrevió a dañarla así» gruñó Björn a la defensiva.

—Deberá aprender a hablarlo para sobrevivir. Ya no será tanto por gusto...

—Toda su vida, el alemán debió haber sido parte de ella, solo que no se dio. Ahora las cosas caerán en su lugar, ya lo verá —dijo despreocupada, tratando de cambiar de tema al ver que su hija regresaba.

—¿Y esas caras tan serias? ¿De qué estaban hablando? —cuestionó Bruna.

—De nada. No te he hecho pasar un mal rato.

—Hm, ya veré eso después, mamá.

Ambas se miraron con desafío y luego rieron. Se abrazaron un poco más y se despidieron.

—Bueno, llamaré por WhatsApp el viernes.

—Mejor, así me das tiempo para calmar la bomba nuclear aquí.

—Espero que no te haya causado ningún problema en tu descanso, mami.

—Nada que ver, ahora vuelvan pronto a sus casas, que el pronóstico anunció lluvia para hoy —comentó Myriam como si los estuviera echando gentilmente.

—Chau, mami. Salúdame a Barbie de mi parte, Silvia y a los niños.

—Sí, sí. Adiós, cuídense.

Y sin más, Elisey siguió a su Luna, quien se dirigió por el mismo camino por el que habían bajado del bus, a esperar otro bus.

—Me agradó conocer a mi suegra, ¿sabes?

Las mejillas de Bruna estaban ligeramente sonrojadas. Se volteó a mirarlo y le dio un pequeño golpe en el hombro, insignificante, pero con la protesta de la frase que había escuchado.

—¡Hey! Baja más la voz, se armará un chisme aquí por esa razón.

Elisey sonrió abiertamente. Ver lo cambiante y expresiva que es su Luna lo alegra y confunde en partes iguales.

Lo dejaría pasar por esta vez. Pero la próxima vez, sería él mismo quien dictara que esta mujer es suya, y que se armara el chisme que quisiera la gente de aquí. No era ninguna mentira ni tanto escándalo, no era ni rey ni político de este país para conseguir el drama del que parecía ser consciente ella.

—Está bien, está bien, solo por esta vez.

Bruna lo escudriñó con la mirada, pero luego sonrió negando incrédula.

—Eres demasiado sinvergüenza, Elisey.

—Contigo siempre.

Así fue como ambos comenzaron una charla acerca del tiempo de espera, sus bromas compartidas y disfrutaron el momento, obviando las miradas curiosas de los vecinos.

Luna de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora