Un paso dentro de la casa, y la nostalgia la golpeó con fuerza. Ver la casa tal como la había dejado, con las mismas cosas funcionando sin ella, fue un golpe inesperado. Aunque había logrado estabilizar su vida en un nuevo departamento con su quinto recibo de salario, el pasado parecía no haberse movido.
Al pasar por la sala, notó el desorden de un desayuno apresurado, la televisión encendida y el ventilador funcionando. Aunque esperaba que al menos la televisión hubiera sido arreglada con su primer sueldo, no había sido el caso. Al entrar en la siguiente habitación, se sorprendió al ver los cambios. La cama de su tortuga Ceci, que solía estar bajo una mesita, había sido reemplazada por una cama de adolescente. La habitación, ahora ocupada por su sobrina pequeña Idilco, estaba decorada para una niña de once años.
Al ingresar a la habitación principal, encontró a su sobrina mayor, Barbie, dormida en su cama a pesar de ser ya pasada la hora del almuerzo. En el sofá, su madre de setenta años se veía tan dulce y joven como siempre, dormida plácidamente en el antiguo sofá de su difunto padre.
Se acercó lentamente y se sentó en el borde derecho del sofá, junto a la nueva cama de su sobrina pequeña, Idilco. Se inclinó suavemente hacia la mejilla de la bella durmiente, una mujer hermosa de cabellos negros que llegaban hasta los hombros, con algunas canas que destacaban en su sedoso cabello. Su piel, quemada por el sol, estaba adornada con algunas pecas, y su figura corpulenta y bajita se veía juvenil con unos shorts rasgados y una camiseta azul holgada.
La besó en la mejilla con delicadeza, le sonrió con amor y susurró:
-Mamita, mamá...
La señora de setenta años abrió los ojos con una dulce sonrisa al reconocer la voz.
-Brunita, qué bonito verte al despertar.
El cariño, la nostalgia y la ilusión al verla la impulsaron a abrazarla con necesidad, sintiendo la suavidad de la piel materna que siempre había sido su refugio seguro.
-Ya es casi hora de almorzar. ¿Podemos charlar un momento afuera? -preguntó en un susurro mientras se apartaba suavemente del abrazo.
La mujer aceptó, se puso las zapatillas y se levantó del sillón.
-Vamos.
La acompañó con un brazo como apoyo mientras descendían con cuidado las dos escaleras que daban paso a la sala desordenada con la televisión encendida. Al pasar, apagó el ventilador y la televisión, tratando de ahorrar energía durante su corta estadía. Aunque ya no viviera en la casa, el trauma de ser un gasto extra siempre permanecía en su memoria.
Su madre se sentó con cierta dificultad en una silla roja de la marca Coca-Cola, y ella decidió sentarse frente a ella en una butaca baja de madera.
-¿Viniste con alguien o es otro recolector de basura? -preguntó la anciana curiosa, mirando al hombre rubio rodeado de perros.
-Es un pretendiente, mamá. Y sí, me ha acompañado hoy para darte una buena noticia -dijo con una sonrisa nerviosa.
-Si es un pretendiente, quiere decir que aún lo estás haciendo sufrir por tu amor. Típico de ti. No estaré mucho más tiempo, y quiero conocer a tus hijos, mis nietos. -dijo su madre con ojos que reflejaban añoranza, aunque su rostro mostraba impaciencia.
-Si Dios te lo permite, los conocerás, mamá.
La señora hizo un gesto inconforme, pero se quedó en silencio y tomó entre sus manos envejecidas las suyas, mostrando el contraste entre la juventud y la vejez en el tacto suave.
-Bien, cuéntame de qué se trata esa buena noticia. Si has venido a contármela, es porque no es algo común y es muy grande. Es intuición maternal, estás ansiosa. Solo vienes a visitarme para contarme tus logros -dijo con una mirada de incredulidad.
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Luna de Amor
Werewolf𝐷𝑒𝑠𝑐𝑢𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑢 𝑙𝑖𝑛𝑎𝑗𝑒, 𝑑𝑒𝑠𝑐𝑢𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑢 𝑑𝑒𝑠𝑡𝑖𝑛𝑜 Bruna Dávalos, una joven paraguaya de 27 años, lleva una vida dividida entre su trabajo como mesera y su pasión por escribir historias de hombres lobo. Mientras sueña con algo...